viernes, 18 de febrero de 2011

EL POBRE

Saludo a mi vecina del cuarto, hago carantoñas a la hija de Lucia, acaricio a Mana, la perra que hace poco recogió Miguelito de la calle, la pobre antes tenía garrapatas. Al pasar por la tienda de ultramarinos sonrió al hombre oriental de cuarenta y tantos que la regenta.... Todo esto lo hago en un intento de unirme a mi especie, de encontrar en ella el modo de llenar cierto vacío existencial; de hallar consuelo ante esa soledad que palpita en nuestro interior sin entender, sin embargo, de dónde procede y cuál es el método de terminar con ella. Pero hace poco...

Todo comenzó cuando el mendigo que tocaba el violín junto a la floristería desapareció, tenía por costumbre darle todos los días un euro ya que me encantaba el sonido que creaba con ese instrumento. Así que, una vez su lugar fue ocupado por otro menesteroso, más por hábito que por humanidad continúe con la entrega de limosna. Con desgana, todo sea dicho, ya que no me parecía un hombre sincero. Era una persona mayor de unos setenta y cinco años, sus arrugas mostraban su edad pero no daban indicio alguno de sufrimiento, de hecho se conservaba bien, poseía una barriga incipiente, una barba y un bigote perfectamente recortados y una vestimenta notablemente cara. ¿Realmente era pobre?

Él extendía la mano y yo dejaba caer la moneda sin tan siquiera mirarle mientras pensaba "Ojalá no fuese tan maniática, eso que me ahorraría".
Los días fueron pasando y yo seguí con esa actitud, hasta que una tarde, enfrentamos las miradas. Ocurrió de casualidad. Estaba feliz debido a que el chico que me gustaba (y gusta) me había mirado y repasado de arriba a abajo a la salida de la universidad, junto al césped. Al llegar donde descansaba "el pordiosero", me agaché para depositar la moneda en su mano y sonreí. Me sorprendió el hecho de que él ya tenía el mismo gesto en su arrugado rostro. No pude evitar preguntarme si en otras ocasiones me había dedicado una sonrisa. Sus ojos resultaban tristes. Y sin querer me empecé a preocupar por su existencia.

La curiosidad no dejaba de atacarme ora preguntitas, ora divagaciones.
"¿Por qué un hombre que varía de indumentaria diariamente pide dinero?" "A ver si es ludópata y le estoy pagando el vicio, o peor, vete tú a saber..."
Al fin me rendí al engorroso poder de mi comparsa. Y, bueno, no se me ocurrió otra idea que seguirle. Sí, espiarle. Sé que no está bien pero me entró el gusanillo de la curiosidad ¡y se convirtió en una mariposa de enormes proporciones!

El primer día, le vi entrar en un chalet de una planta (que ya quisiera yo para mí). Me colé en el jardín cuando el hombre se deslizó en el interior de su hogar. Pegué el cuerpo a la pared y Levanté la cabeza a la altura de la ventana. Me quedé observando la siguiente escena a través del cristal:
Una mujer bastante más joven estaba preparando la merienda, debía ser su hija pues los rasgos del rostro coincidían así como la complexión. No podía escuchar, por lo que no me enteré de la conversación que mantuvieron. Pero sí del resto. "El pobre" sentado en una silla apoyaba una mano sobre la mesa mientras que llevaba la otra al interior de un bolsillo para alcanzar una cartera de la que saco ni más ni menos que ¡500 euros! La mujer lo tomó y salió de la cocina. No mostró gratitud ni tuvo ningún movimiento que rozase la amabilidad. Entonces creí que ella tenía razón. Seguramente sabía a que se dedicaba su padre y eso la avergonzaba.

Enseguida cambié de opinión.
El segundo día "conocí" a los nietos. No sé porque volví. Supongo que quería ir más allá o quizás algo del día anterior atrajo mi atención sin saber bien qué. Los dos niños corrían alrededor de la mesa de la cocina. Esta vez todo era más esclarecedor, la ventana estaba abierta. El anciano se acercó al grifo con la intención de llenar un vaso de agua cuando el mayor le propinó una patada al grito de su hermano"¡Quita, viejo!". Los niños rieron y salieron veloces de la estancia. El se inclinó sobre la encimera y ahí se quedó durante unos minutos, pensando, meditando, quizás, llorando.
Tras varias tardes espiando, comprendí que su familia le consideraba un estorbo, un cero a la izquierda. Esto no era solo mi percepción, los gritos, los empujones, las continuas faltas de respeto y las caras llenas de desprecio eran hechos completamente objetivos y contrastables. El anciano sufría y en sus acciones buscaba consuelo.
Entendí su proceder.
Me canse de estar en las sombras.

A la mañana siguiente, Tras las petunias y las gardenias se hallaba sentado como siempre, sin cartel, sin ruegos, nada más que su mano extendida. Al verle, me acerqué y me agaché pero en lugar de dejar un euro en su palma, lo abracé.
Noté como, debajo del abrigo, su corazón se aceleraba.
Poco a poco levantó los brazos, con timidez y con cautela ante mi posible reacción, aunque nada debía temer pues no veía osadía en tal acto. Sus manos temblorosas se posaron en mi espalda devolviéndome de ese modo el abrazo. Recordé la matriz de su dolor y apreté más fuerte sin darme cuenta.
Creo que le escuché gimotear a la par que su cuerpo empezó a temblar. Al cabo de un instante sin poder resistirme acompañé sus lágrimas con las mías.

"Da vergüenza pedir dinero, pero más vergüenza da reconocer que te sientes solo y pedir cariño. Aquel hombre pasaba el día en la calle, tirado como un miserable, con la esperanza de que alguien leyese en sus ojos la soledad de la que se hallaba preso. Esa a la que todos pertenecemos y aborrecemos, esa que nos acompaña sin desearlo, "la novia gris".
Nada de dinero, nada material., sólo un poco de cariño.

He aquí la solución a mi problema.

2 comentarios:

  1. joder Stefy, que bonito!!! me encanta!!! no sé porque hacía tiempo que no me pasaba por este blog, porque es sin duda donde leo las cosas mas bellas!

    Este relato es muy conmovedor, me ha dejado pensativo... un besazo!

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  2. muchas graciassssssssssss!!!!
    que bonito!! me has devuelto la ilusion de seguir luchando por esto...GRACIASSSSSSSSSSSSS

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