TRANSPARENTE

Una pareja pasa la noche en un pub tomando unas copas. El hombre está sentado en una banqueta, la mujer se mantiene de pie.
El ve a través de ella. Ella baila, se mueve sugerentemente, lo sonríe. Quiere retener el interés de la persona con la que lleva unida más de dos años. Los minutos pasan. Su dinámica se mantiene con una variación: la apertura de su mirada. Cierra los ojos, se concentra en el baile, lo intenta, se esfuerza. Pinta un cuadro imaginario que nada tiene que ver con la realidad en el que evoca a su amado con la atención sobre ella. En cada paso, en cada gesto, a él se le cae la baba, sus ojos no dejan de besarla. La oscuridad da luz a su mente, muestra la verdad: la indiferencia. Abre los ojos en un alarde de escapar pero se encuentra con la misma oscuridad, la misma verdad. Toma un respiro aturdiendo los sentidos con un poco de alcohol. Es en vano, se está pudriendo por dentro, las arterias le estallan, los huesos se van pulverizando a un ritmo pasmoso.
El, ajeno a ella, observa como un grupo se distrae jugando al billar, no se da cuenta pero, no necesita ladear la cabeza, ve y disfruta de la escena a través de la piel de la mujer.
-¡La tres lisa al lateral izquierdo!
“¡Imposible!” Piensa él.
Los minutos siguen transcurriendo. La partida avanza, la transparencia de ella se vuelve un hecho físico, su cuerpo se dispersa en el humo del local.
“¡Qué torpeza!” medita el chico sobre uno de los jugadores cuando, de pronto, recuerda que no vino solo. Mira frente a él, ladea la cabeza, se incorpora y busca. Ya es tarde. Ella ha desaparecido.
“¡Imposible!”, “¡imposible!”, “¡imposible!” Se repite una y otra vez.
La partida de billar toca su fin.