Dos sillas y
una mesa, a un lado y otro, más mesas y el doble de sillas. Toda esta madera
observa, frente a ella, sus orígenes: Árboles a cuyos pies brotan entusiasmadas
y llenas de belleza, flores que adoran a aquellos que son capaces de ver el
cielo por encima del hombre.
Alejado de la
relación entre la mano de dios y la mano del ser humano, descansa sobre una de
las sillas “el hombre que se quema la
boca”.
Un hombre
extraño que dedica las tardes a realizar un pequeño teatrillo en torno al cual
parece girar su ya gastada existencia.
Ante él,
exhala vaho un café y la taza que lo contiene reclama un traspaso, pero el
hombre finge no darse cuenta, o quizás, simplemente, no le da importancia.
Sin dejar que
se calmen los humos nace de su boca un sonoro sorbo que anticipa, con cierta grosería,
todo sea dicho, los aspavientos posteriores.
Así es,
hirviendo aún el líquido, lo permite penetrar en su garganta para, a
continuación, emitir gritos agónicos acompañados de gesticulaciones exageradas
que dan paso al segundo acto; pues al mover con tanto énfasis piernas y brazos,
uno u otro miembro termina derramando el café, que como un río viaja con avidez
hasta dar con el océano de telas que ondean sobre la carne. Y es en este punto
cuando se levanta como si fuese preso del infierno y el fuego lo devorase sin
demora. Sus manos simulan abanicos que intentan apagar el incendio en vano.
Espectáculo. Escandaloso
espectáculo que se ha convertido en rutina, pasando desapercibida por la gente
asidua a este lugar. Estrafalaria actuación que ha hecho que las mesas que le
rodean hayan sido abandonadas.
Vacio,
soledad, nada…Salvo la compañía del silencio de mi alma.
Tras el escándalo
ignorado se sienta, pide algo con lo que limpiarse y una bebida con cubos helados.
Hace tiempo,
una de las camareras le comentó amablemente que debería esperar a que se
enfriase, a que el humo dejase de latir. Pero, él, sorprendido, contestó que no
entendía por qué tendría que esperar a que la vida del café se apagase.
Después de
aquello la mujer ideó ofrecérselo con la leche templada. A lo que él enfadado
dijo que a ese café se le había pasado el verano, que las estaciones habían
perecido en él y no lo probó. Recuerdo que al decir tal ocurrencia se me escapó
una risa que enseguida contuve, aunque para él no pasó desapercibida.
La mujer
cansada convino que el hombre era un cabezota y que no había nada que se
pudiese hacer al respecto.
De este modo,
los trabajadores del local se convirtieron en ayudantes mudos del teatro.
Aderezaban la escena, sin saberlo, con naturalidad y colaboraban con la
estrella para que no faltasen los elementos precisos (como el café, por
ejemplo)
Como he
mencionado, la excentricidad dio paso a lo habitual, y en la repetición, la
esencia cayó en la indiferencia. Su público se redujo drásticamente a una
persona, yo. Pecaba de escaso, sí, pero a cambio era asiduo y exigente.
Siempre lo
mismo me habría aburrido, él, sin embargo incluía variaciones imperceptibles
para los demás pero llamativos para mí. Insignificantes novedades que hacían de
mi sangre un auténtico fuego artificial.
El ha venido
casi todos los días, digo casi todos y no todos, pues hubo dos semanas, hará ya
medio año, que se ausentó. Entonces pensé que se trataba de un nuevo cambio
para emocionar una melodía que comenzaba a rozar la monotonía.
Le observe un día,
otro, hoy también, aunque aún no ha llegado. Le espero con cierto desasosiego,
no entiendo bien el porqué.
Os
preguntareis si soy tan estúpida como para ir todos los días al mismo lugar sólo
para ver cómo un hombre se quema la boca con un simple café…. Juzgad vosotros.
Al principio
creo que en mí brillaba el deseo de conocer, de adentrarme en una mente difícil
y descubrir un pensamiento diferente, una acuarela sutil y solo visible para
mí. Es sabido por todos que nadie hace algo sólo porque sí.
¿Por qué
actuaba de esa manera? ¿Quizá era un loco? No me lo parecía. ¿Un filósofo?
Excesivo. Puede que un rebelde. Un rebelde intentando mostrar un rasgo de
individualidad entre personas que beben un café cuando deben hacerlo. Ante
normas implícitas, una bofetada al sistema que rige nuestros cabezas con la
ignorancia como una reina que absorbe los cerebros.
Miles de ideas
nacían y morían en mis neuronas intentando hallar la clave, el enigma que daría
sentido al patético espectáculo.
Cada día una
nueva teoría.
Pero el ser
humano es inconstante incluso en las cosas en las que pone todo su interés
reformula toda su existencia y creencias, evolucionando hacia caminos
inesperados para él mismo. No soy diferente.
En mi
inconstancia pasé de una base espiritual, saber por qué se quemaba la boca, a
una base social.
Durante una
semana “el hombre que se quemaba la boca
con el café” dejó de quemarse la boca y en silencio tomó su bebida. Aun así
las personas no se acercaron por miedo a que retomase su extraña costumbre,
cosa que hizo al vencer el domingo.
Percibí en él
silencio. De nuevo soledad
Empecé a
pensar que no había nada de bello y espiritual en aquella actuación. Aquél era
un ser desprovisto de contacto humano, una persona que necesitaba de la
atención de los demás, una limosna. Y mi alma, altruista, se la proporcionaba.
Sin embargo,
fue aquí cuando la base social se transformó en una necesidad personal.
Yo también era
presa del vacío y de la soledad.
Como sucede en
las historias que nos cuentan, el espectador a veces termina formando parte de
la obra. Es más ¿Qué sería de cualquier cuento sin su princesa?, ¿Qué sería de La Bestia sin Bella? ¿De Romeo
sin Julieta? De Cyrano de Bergerac sin Roxane? El papel femenino en cualquier
obra es imprescindible.
Así es como
pasé de vulgar público a princesa de un mundo que solo sentíamos los dos, que
sólo respiraban nuestros pulmones. Ambos aceptamos las condiciones del juego.
Porque el necesitaba de unos ojos clavados en su lengua así como yo me
alimentaba de tener poder sobre alguien, de ser dueña de un corazón.
Yo princesa y
él….Él, bufón. Bufón porque su mirada lo constataba, no hay más. Podría haber
sido príncipe, sapo o dragón, pero su carácter decía a gritos “Soy un bufón”. Y
yo princesa porque la mirada de un ser ridículo había caído sobre mí, y qué es
la realeza sino hombres y mujeres normales con cientos de miradas ridículas
sobre ellos.
Su
carnavalesco festival, requería de mí, sin mí no era nadie.
Sí, todo bufón
necesita de alguien, sin risas, sin ojos, su patetismo se extiende sin límites.
Por esta
razón, o de eso estaba convencida hasta hace instantes, empecé a arreglarme más
con cada “pase”, ya que una princesa debe destacar, debe estar hermosa. Y en
ese camino visité más a menudo la peluquería y las tiendas de moda, mi bufón debía
deleitarse con la grandeza y belleza de
su futura reina.
Hace unos
minutos esperaba nerviosa, una agitación nueva me desconcertaba. Entonces pensé
que tenía una dependencia similar a la suya.
Los rayos de
sol traspasaban mis telas. En mi interior no había conformidad de opiniones,
solo el aturdimiento del que no puede razonar con claridad. Es lo que sucede
cuando el corazón toma la hegemonía sin dejar que el centro de la lógica decida
en su campo de aplicación. Por eso de cielos despejados granizan espinas y de
océanos furiosos manan margaritas con pétalos en los que apostar nuestras
vidas, ¡porque la lógica descansa en paz!
Esta sensación
vive en mí cada vez con más intensidad, de aquí a una parte no recuerdo una
tarde en que los nervios no estrangulasen mi estómago. Más aún ahora que ha
adquirido la costumbre de demorarse.
Los segundos
que espero son música muda que solo mi alma sabe comprender aunque me haya
negado su significado.
Por fin ha
llegado. Hoy ha roto sus costumbres abriendo la brecha de la incertidumbre. Ha
hecho su pedido en la barra y se ha sentado en el asiento que está enfrente de
mí, un asiento lleno de polvo:
-
Hola princesa- Me ha dicho en
un tono que no he podido concretar- ¿Sabes cuál es el motivo por el que me
quemo la boca con el café?-
-
No - He contestado, aunque he
pensado que la respuesta sin lugar a dudas era “para divertirte”
-
Ahora para complacerte-
No he abierto
la boca, lo que seguramente ha descubierto cierto egocentrismo, ya se sabe
“quien calla, otorga”, quizás ha creído que soy una prepotente, la idea me ha
disgustado.
-
Antes solo lo hacía para
poder disfrutar de una bebida sin los berridos de niños mal criados, de las
reprimendas de sus padres, de las trivialidades de las chicas de hoy, de las
partidas que juegan los ancianos, de las palabras dulces que se dedican los
enamorados. Buscaba disfrutar de un espacio público como si fuese uno privado.
No hay más.
-
Ajá- Dije herida en lo más
hondo, decepcionada por chocar con unas motivaciones tan absurdas.
-
Desde mi privilegiada
situación, pues la vista desde mi mesa abarca todo el local sin dejar puntos
ciegos reparé en ti, la mujer que siempre pide un té al limón, que sólo echa
medio sobre de azúcar para no endulzar una vida desprovista de sabor: “La dama gris”. Mi motivo completamente
banal adquirió, gracias a ti, una excelsa profundidad. Me has sido fiel, has
venido aquí todos los días, incluso cuando yo no lo he hecho, la iglesia
lloraría de felicidad si encontrase esa fidelidad entre los suyos. Has ido
mejorando tu aspecto de forma notable, al igual que tu actitud se ha ido
tornando altiva a una velocidad vertiginosa.
He querido interrumpirle por el color que han pintado mis mejillas
unas afirmaciones que en su aliento rozaban el romanticismo pero no me lo ha
permitido:
-
¡No soy tu bufón!- Lo ha
exclamado subiendo el tono para llamar la atención sobre sus palabras. - Aunque
así lo creas. Quise sentarme solo y solo estoy. Quise que te fijaras en mí y
aquí estas, sonrojada. Hice de la dama
gris y aburrida una princesa. Acaso no parezco más un mago.
Atónita no he sabido responder.
-
Podría elevar mi rango y ser
Dios, pues tú me veneras con fervor, necesitas de mi presencia como el oxígeno que
respiras, sin mí, no eres princesa. Ahora te pregunto ¿Cómo yo he podido hacer
de una mujer una princesa? ¿Por qué un hombre se transforma en Dios cuando la
mujer no admite hacia él más que desprecio y lejanía ¿Qué soy sin ti? ¿y tú sin
mí?-
No he respondido
-
Deja de mirarme con
superioridad-
Sin decir nada
más, sin dejarme responder, se ha levantado y se ha marchado regalándome antes
una sonrisa.
He meditado.
La respuesta
es evidente.
Soy princesa
porque me hace sentir imprescindible, agua y aire.
Un hombre solo
es dios para una mujer sin el reconocimiento de ella cuando está marcada por el
eterno estigma: “El Amor”
Al descubrir
en mí la semilla, me he sorprendido.
Pero por qué
otra causa iba, con desesperación, a esperar que su sombra hiciese acto de
presencia a través de la puerta de cristal, por qué otra razón iba a gastarme
dinero en vestidos caros o dejar que me taladrasen la cabeza con mordaces horquillas.
Al tocar la
campana, la princesa ha descendido del mundo de los sueños y se ha estrellado
con el cemento de la realidad, deja de ser princesa para recuperar su condición
de mujer, para cambiar alhajas por
fango, para recuperar su sobrenombre “la
dama gris”.
¿Qué soy yo
sin ti? Me ha preguntado. No lo se.
¿Y tú sin mí?
Nada, sin él no soy nada.
Ya no somos
princesa y bufón, no somos dama gris y mago, tampoco Dios y fiel.Somos hombre y
mujer, la más compleja de las combinaciones.
¿Volverá
mañana? No sé por qué se ha acercado a disipar mis tinieblas, ¿para borrar mi
mirada de superioridad? ¿Para amarme sin diferencias? ¿Para despedirse?
Vendré mañana.
Si no aparece, regresaré al día siguiente.
Le esperaré.
Le esperaré hasta que se me pase el verano como a aquel café que ahogó su
fuerza y pasión en leche templada, porque sin él la vida carece del calor
necesario para quemar nada.
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