jueves, 20 de diciembre de 2012

PRINCESA Y BUFON



Dos sillas y una mesa, a un lado y otro, más mesas y el doble de sillas. Toda esta madera observa, frente a ella, sus orígenes: Árboles a cuyos pies brotan entusiasmadas y llenas de belleza, flores que adoran a aquellos que son capaces de ver el cielo por encima del hombre.
Alejado de la relación entre la mano de dios y la mano del ser humano, descansa sobre una de las sillas “el hombre que se quema la boca”.
Un hombre extraño que dedica las tardes a realizar un pequeño teatrillo en torno al cual parece girar su ya gastada existencia.
Ante él, exhala vaho un café y la taza que lo contiene reclama un traspaso, pero el hombre finge no darse cuenta, o quizás, simplemente, no le da importancia.
Sin dejar que se calmen los humos nace de su boca un sonoro sorbo que anticipa, con cierta grosería, todo sea dicho, los aspavientos posteriores.
Así es, hirviendo aún el líquido, lo permite penetrar en su garganta para, a continuación, emitir gritos agónicos acompañados de gesticulaciones exageradas que dan paso al segundo acto; pues al mover con tanto énfasis piernas y brazos, uno u otro miembro termina derramando el café, que como un río viaja con avidez hasta dar con el océano de telas que ondean sobre la carne. Y es en este punto cuando se levanta como si fuese preso del infierno y el fuego lo devorase sin demora. Sus manos simulan abanicos que intentan apagar el incendio en vano.
Espectáculo. Escandaloso espectáculo que se ha convertido en rutina, pasando desapercibida por la gente asidua a este lugar. Estrafalaria actuación que ha hecho que las mesas que le rodean hayan sido abandonadas.
Vacio, soledad, nada…Salvo la compañía del silencio de mi alma.
Tras el escándalo ignorado se sienta, pide algo con lo que limpiarse y una bebida con cubos helados.
Hace tiempo, una de las camareras le comentó amablemente que debería esperar a que se enfriase, a que el humo dejase de latir. Pero, él, sorprendido, contestó que no entendía por qué tendría que esperar a que la vida del café se apagase.
Después de aquello la mujer ideó ofrecérselo con la leche templada. A lo que él enfadado dijo que a ese café se le había pasado el verano, que las estaciones habían perecido en él y no lo probó. Recuerdo que al decir tal ocurrencia se me escapó una risa que enseguida contuve, aunque para él no pasó desapercibida.
La mujer cansada convino que el hombre era un cabezota y que no había nada que se pudiese hacer al respecto.
De este modo, los trabajadores del local se convirtieron en ayudantes mudos del teatro. Aderezaban la escena, sin saberlo, con naturalidad y colaboraban con la estrella para que no faltasen los elementos precisos (como el café, por ejemplo)
Como he mencionado, la excentricidad dio paso a lo habitual, y en la repetición, la esencia cayó en la indiferencia. Su público se redujo drásticamente a una persona, yo. Pecaba de escaso, sí, pero a cambio era asiduo y exigente.
Siempre lo mismo me habría aburrido, él, sin embargo incluía variaciones imperceptibles para los demás pero llamativos para mí. Insignificantes novedades que hacían de mi sangre un auténtico fuego artificial.
El ha venido casi todos los días, digo casi todos y no todos, pues hubo dos semanas, hará ya medio año, que se ausentó. Entonces pensé que se trataba de un nuevo cambio para emocionar una melodía que comenzaba a rozar la monotonía.
Le observe un día, otro, hoy también, aunque aún no ha llegado. Le espero con cierto desasosiego, no entiendo bien el porqué.
Os preguntareis si soy tan estúpida como para ir todos los días al mismo lugar sólo para ver cómo un hombre se quema la boca con un simple café…. Juzgad vosotros.
Al principio creo que en mí brillaba el deseo de conocer, de adentrarme en una mente difícil y descubrir un pensamiento diferente, una acuarela sutil y solo visible para mí. Es sabido por todos que nadie hace algo sólo porque sí.
¿Por qué actuaba de esa manera? ¿Quizá era un loco? No me lo parecía. ¿Un filósofo? Excesivo. Puede que un rebelde. Un rebelde intentando mostrar un rasgo de individualidad entre personas que beben un café cuando deben hacerlo. Ante normas implícitas, una bofetada al sistema que rige nuestros cabezas con la ignorancia como una reina que absorbe los cerebros.
Miles de ideas nacían y morían en mis neuronas intentando hallar la clave, el enigma que daría sentido al patético espectáculo.
Cada día una nueva teoría.
Pero el ser humano es inconstante incluso en las cosas en las que pone todo su interés reformula toda su existencia y creencias, evolucionando hacia caminos inesperados para él mismo. No soy diferente.
En mi inconstancia pasé de una base espiritual, saber por qué se quemaba la boca, a una base social.
Durante una semana “el hombre que se quemaba la boca con el café” dejó de quemarse la boca y en silencio tomó su bebida. Aun así las personas no se acercaron por miedo a que retomase su extraña costumbre, cosa que hizo al vencer el domingo.
Percibí en él silencio. De nuevo soledad
Empecé a pensar que no había nada de bello y espiritual en aquella actuación. Aquél era un ser desprovisto de contacto humano, una persona que necesitaba de la atención de los demás, una limosna. Y mi alma, altruista, se la proporcionaba.
Sin embargo, fue aquí cuando la base social se transformó en una necesidad personal.
Yo también era presa del vacío y de la soledad.
Como sucede en las historias que nos cuentan, el espectador a veces termina formando parte de la obra. Es más ¿Qué sería de cualquier cuento sin su princesa?, ¿Qué sería de La Bestia sin Bella? ¿De Romeo sin Julieta? De Cyrano de Bergerac sin Roxane? El papel femenino en cualquier obra  es imprescindible.
Así es como pasé de vulgar público a princesa de un mundo que solo sentíamos los dos, que sólo respiraban nuestros pulmones. Ambos aceptamos las condiciones del juego. Porque el necesitaba de unos ojos clavados en su lengua así como yo me alimentaba de tener poder sobre alguien, de ser dueña de un corazón.
Yo princesa y él….Él, bufón. Bufón porque su mirada lo constataba, no hay más. Podría haber sido príncipe, sapo o dragón, pero su carácter decía a gritos “Soy un bufón”. Y yo princesa porque la mirada de un ser ridículo había caído sobre mí, y qué es la realeza sino hombres y mujeres normales con cientos de miradas ridículas sobre ellos.
Su carnavalesco festival, requería de mí, sin mí no era nadie.
Sí, todo bufón necesita de alguien, sin risas, sin ojos, su patetismo se extiende sin límites.
Por esta razón, o de eso estaba convencida hasta hace instantes, empecé a arreglarme más con cada “pase”, ya que una princesa debe destacar, debe estar hermosa. Y en ese camino visité más a menudo la peluquería y las tiendas de moda, mi bufón debía deleitarse con  la grandeza y belleza de su futura reina.

Hace unos minutos esperaba nerviosa, una agitación nueva me desconcertaba. Entonces pensé que tenía una dependencia similar a la suya.
Los rayos de sol traspasaban mis telas. En mi interior no había conformidad de opiniones, solo el aturdimiento del que no puede razonar con claridad. Es lo que sucede cuando el corazón toma la hegemonía sin dejar que el centro de la lógica decida en su campo de aplicación. Por eso de cielos despejados granizan espinas y de océanos furiosos manan margaritas con pétalos en los que apostar nuestras vidas, ¡porque la lógica descansa en paz!
Esta sensación vive en mí cada vez con más intensidad, de aquí a una parte no recuerdo una tarde en que los nervios no estrangulasen mi estómago. Más aún ahora que ha adquirido la costumbre de demorarse.
Los segundos que espero son música muda que solo mi alma sabe comprender aunque me haya negado su significado.
Por fin ha llegado. Hoy ha roto sus costumbres abriendo la brecha de la incertidumbre. Ha hecho su pedido en la barra y se ha sentado en el asiento que está enfrente de mí, un asiento lleno de polvo:
-          Hola princesa- Me ha dicho en un tono que no he podido concretar- ¿Sabes cuál es el motivo por el que me quemo la boca con el café?-
-          No - He contestado, aunque he pensado que la respuesta sin lugar a dudas era “para divertirte”
-          Ahora para complacerte-
No he abierto la boca, lo que seguramente ha descubierto cierto egocentrismo, ya se sabe “quien calla, otorga”, quizás ha creído que soy una prepotente, la idea me ha disgustado.
-          Antes solo lo hacía para poder disfrutar de una bebida sin los berridos de niños mal criados, de las reprimendas de sus padres, de las trivialidades de las chicas de hoy, de las partidas que juegan los ancianos, de las palabras dulces que se dedican los enamorados. Buscaba disfrutar de un espacio público como si fuese uno privado. No hay más.
-          Ajá- Dije herida en lo más hondo, decepcionada por chocar con unas motivaciones tan absurdas.
-          Desde mi privilegiada situación, pues la vista desde mi mesa abarca todo el local sin dejar puntos ciegos reparé en ti, la mujer que siempre pide un té al limón, que sólo echa medio sobre de azúcar para no endulzar una vida desprovista de sabor: “La dama gris”. Mi motivo completamente banal adquirió, gracias a ti, una excelsa profundidad. Me has sido fiel, has venido aquí todos los días, incluso cuando yo no lo he hecho, la iglesia lloraría de felicidad si encontrase esa fidelidad entre los suyos. Has ido mejorando tu aspecto de forma notable, al igual que tu actitud se ha ido tornando altiva a una velocidad vertiginosa.
He querido interrumpirle por el color que han pintado mis mejillas unas afirmaciones que en su aliento rozaban el romanticismo pero no me lo ha permitido:
-          ¡No soy tu bufón!- Lo ha exclamado subiendo el tono para llamar la atención sobre sus palabras. - Aunque así lo creas. Quise sentarme solo y solo estoy. Quise que te fijaras en mí y aquí estas, sonrojada. Hice de la dama gris y aburrida una princesa. Acaso no parezco más un mago.
Atónita no he sabido responder.
-          Podría elevar mi rango y ser Dios, pues tú me veneras con fervor,  necesitas de mi presencia como el oxígeno que respiras, sin mí, no eres princesa. Ahora te pregunto ¿Cómo yo he podido hacer de una mujer una princesa? ¿Por qué un hombre se transforma en Dios cuando la mujer no admite hacia él más que desprecio y lejanía ¿Qué soy sin ti? ¿y tú sin mí?-
No he respondido
-          Deja de mirarme con superioridad-
Sin decir nada más, sin dejarme responder, se ha levantado y se ha marchado regalándome antes una sonrisa.
He meditado.
La respuesta es evidente.
Soy princesa porque me hace sentir imprescindible, agua y aire.
Un hombre solo es dios para una mujer sin el reconocimiento de ella cuando está marcada por el eterno estigma: “El Amor”
Al descubrir en mí la semilla, me he sorprendido.
Pero por qué otra causa iba, con desesperación, a esperar que su sombra hiciese acto de presencia a través de la puerta de cristal, por qué otra razón iba a gastarme dinero en vestidos caros o dejar que me taladrasen la cabeza con mordaces horquillas.
Al tocar la campana, la princesa ha descendido del mundo de los sueños y se ha estrellado con el cemento de la realidad, deja de ser princesa para recuperar su condición de mujer, para cambiar alhajas  por fango, para recuperar su sobrenombre “la dama gris”.
¿Qué soy yo sin ti? Me ha preguntado. No lo se.
¿Y tú sin mí? Nada, sin él no soy nada.
Ya no somos princesa y bufón, no somos dama gris y mago, tampoco Dios y fiel.Somos hombre y mujer, la más compleja de las combinaciones.
¿Volverá mañana? No sé por qué se ha acercado a disipar mis tinieblas, ¿para borrar mi mirada de superioridad? ¿Para amarme sin diferencias? ¿Para despedirse?
Vendré mañana. Si no aparece, regresaré al día siguiente.
Le esperaré. Le esperaré hasta que se me pase el verano como a aquel café que ahogó su fuerza y pasión en leche templada, porque sin él la vida carece del calor necesario para quemar nada.



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