
Es de noche. Entre el
oxigeno ardiente palio mi sed con una copa de vino tinto.
Me encuentro
en un local cualquiera con un hombre cualquiera. Lo que me ha llevado a su
compañía es el sincero intento de ser educada con las personas que ponen
interés en conocerme. Lamentablemente al poco de saludarle me arrepiento de la
decisión tomada.
Aunque trato
de extraer una nota de color de esta insípida cita, me es imposible, a los pocos
minutos regreso a mi desilusión inicial. No hay nada en esta persona que
produzca en mi emoción alguna. En el deseo de evadirme opto por divagar
realizando un monólogo sobre el instinto y la coherencia y de cómo la
inteligencia destruye la lógica de la naturaleza.
Él (no
recuerdo su nombre, pero, ¿acaso importa?) en una actitud que procura ser
misteriosa sin conseguirlo, afirma en un tono más bajo del que suele ser
habitual: “Cierto, si no nos negásemos nuestros instintos y nos dejásemos
llevar por ellos ahora tu y yo estaríamos en la cama”
“Si me dejase
llevar por mis instintos te partiría los dientes de un bofetón”-Pienso furiosa,
no obstante me limito a un serio y distante “no conoces mis instintos”. El
finge no escucharme y me dirige una sonrisa bobalicona.
¿Cómo se
atreve? Yo que he accedido a quedar con él y me muestro correcta me veo sorprendida por una falta de respeto
vulgar y fuera de contexto. A punto de levantarme y marcharme cae sobre la mesa
una rosa.
Un ser inerte
perfecto. Infinitamente bello, de un color tan intenso que me daña la vista.
Permanezco sentada. Completamente abstraída.
Ante ella yo
soy una maquina defectuosa, rota. Todas mis dudas, temores y necesidades
golpean mi cráneo súbitamente.
La gente de mi
edad ya tiene proyectos de vida, la mayoría ha terminado la carrera y desde
hace meses posee el trabajo esperado, algunos incluso han contraído matrimonio
y unos pocos esperan su primer hijo. En el reverso estoy yo. Sin empleo, sin
amor, sin esperanzas en un futuro mejor, sin ninguna posesión o cualidad destacable…Llena
de carne y huesos, soy polvo, soy nada…
De algún modo
siento que las espinas de la flor se clavan en mi pecho. En ella percibo todo
lo que no hay en mí. Ella cumple con suma elegancia su función como rosa… La
envidio…. La odio con todas mis fuerzas…
El hombre que
me acompaña me despierta del ensimismamiento ofreciéndome una nueva copa. No
necesito alcohol, mis sentidos ya están distorsionados. Alcanzo el bolso y en
un movimiento brusco me levanto de la silla tomando la rosa conmigo. Sin despedirme, salgo
de un ambiente que oprime el alma
convirtiéndolo en vaho.
Camino hacia
casa, distraída del mundo, concentrada en la flor que me enseña su superioridad
haciéndome caer en la cuenta de lo perdida que me hallo. Si tuviese boca y
dientes se jactaría de mi pobreza de espíritu, de mi falta de astucia para
superar obstáculos, de mi soledad….
Enojada
conmigo misma por no ser capaz de cumplir mis deseos me ensaño contra el objeto
de mi desdicha. Con una mano sujeto el tallo con la otra arranco sin ningún
tipo de piedad los pétalos, cada uno de ellos representa uno de mis defectos o
una de mis faltas como persona, ahora solo quiero destrozar la magnificencia
del cadáver floral. Al finalizar quiebro el tallo. Tras mis zapatos se dibuja
una estela roja y brillante.
Sigo
caminando.
Casi al llegar
al portal un ruido me sobresalta. Giro pero no veo nada anormal.
Retomo el
paso.
Noto una
presencia.
Vuelvo la
cabeza.
Mi rostro
queda desfigurado. ¡Sobre el suelo yace la rosa que despedace hace escasos
segundos!
“No es
posible” farfullo. Mi instinto quiere correr, sin embargo la curiosidad que
anida en la inteligencia me obliga a
acercarme. Extiendo los dedos para acariciarla, creyendo aún que esto es
producto de una alucinación. Mas no es así.
Mi lógica desaparece
al observar cómo el tallo comienza a enroscarse como una serpiente alrededor de
mi brazo.
Me asusto.
Pero el miedo nunca sirvió como solución para nada, por eso intento zafarme sin
éxito alguno. El tallo sigue creciendo, rodeando poco a poco más cuerpo. En el
suelo me retuerzo como una lombriz a la que acaban de partir por la mitad. Soy
un títere que se mueve a voluntad de la pesadilla.
Brotan espinas
que se clavan en mi piel inyectándome el peor de los venenos. El mismo que yo
he depositado en la mutilación de la rosa con anterioridad: Ira, rabia, frustración,
odio…Todo recorre mis venas llevándome a
la puerta del desvanecimiento.
Unos días más
tarde mi cuerpo descansa en un ataúd de madera. En derredor mi familia y amigos
lloran desolados, desesperados. Entre lágrimas recuerdan los momentos que
pasamos juntos, las voces hablan de mis virtudes…. De lo hermosa y maravillosa
que era.
Ahora, bajo el
agua salada, bajo las flores blancas, despierto: Cuando uno muere sus defectos
y pecados quedan diluidos en la cascada
de la indulgencia, los demás solo piensan en la sonrisa perenne del ser
perdido.
Y de esta
manera, en este ataúd, dejo de odiarme, al fin soy como la rosa: Inerte… ¡pero perfecta!
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