"Hay tres maneras de adquirir sabiduría: primero, por la reflexión, que es la más noble; segundo, por imitación, que es la más sencilla; y tercero, por la experiencia, que es la más amarga." (Confucio)

El hombre lo quería todo. Fabricó decenas de armas y partió a conquistar un mundo que según él le pertenecía. Con miles de flechas incendiarias con puntas fireboxhead (aunque entonces no tenían aún nombre), alquitrán hirviendo, espadas de todo tipo, hachas arrojadizas, dagas, mazas y lanzas, el hombre arrasó cuanto tuvo a su alcance. Sometió a sus iguales y a las bestias. Desde el mosquito hasta el dragón, todas las especies le pertenecieron. Con su afilada espada cortó cuanto le hacía sombra, daba igual si la víctima era un árbol, un jabalí o un niño. “Nadie tapará un milímetro del cielo que me pertenece”. Cuando Este, Oeste y Sur fueron suyos se hizo llamar “Dios”. Su pretensión era poseer todas las tierras que su ojo descubriese.
Eran años de leyendas, y la velocidad con la que se forjaban a partir de rumores era asombrosa. “Dios” se convirtió en un hombre poderoso al que se debía temer y obedecer. Sin embargo su leyenda no era la única que corría de boca en boca.
A medida que el hombre envejecía el miedo a su alrededor disminuía. “Dios” Observando el cambio mandó llamar a uno de sus esclavos:
- “¿Que sucede donde está tu miedo? ¿Por qué no me temes?”-
- “Le temo, señor. Es solo que no le temeré por mucho más tiempo.”-
- “¿Y eso a que se debe?”-
- “Lo dice la leyenda, su reinado está llegando a su fin.”-
- “¡Cuéntame esa estúpida habladuría a la que llamas leyenda!”-
- “Corren voces del norte, hablan de una cueva rodeada de arbustos a los pies de la montaña. A diferencia de sus territorios, donde sólo hay maleza y hierbajos marchitos cubiertos de polvo de hueso, así como rocas puntiagudas manchadas de sangre; allí, en el Norte, la vegetación es abundante, del suelo surgen árboles, hierbas y plantas altas; y el valle esta defendido con el olor a la hierbabuena que crece en algunos rincones. Dicen que en ese paraíso hay una mujer cuyo vientre traerá su muerte, es el castigo por no dejarla descansar.”-
El hombre permaneció callado unos instantes, apuró su copa de licor y luego rió con todas sus fuerzas.
-“¿Qué clase de tontería es esa? ¡Alguien superior a mí y encima una mujer! ¡¿Qué digo una mujer?!,¿su vientre?, ¿un neonato acabará conmigo? Un frágil ser como ese os ha traído esperanza. No hay nada peor para un hombre como yo que la esperanza de sus esclavos, la esperanza hace valiente al cobarde. Os mostraré que no hay motivo para dejar de temerme. Para empezar tú serás el primero en hacerles ver su error.”-
Chasqueó los dedos el hombre y un caballero surgió de entre las sombras de la estancia, le habló:
-“Iré ahora a destrozar la débil llama que arde en el corazón de estos estúpidos”- Dijo señalando al esclavo. -“Volveré sobre mi caballo triunfante con la cabeza de esa mujer.” – Comenzó a quitarse la armadura con ayuda de un criado -“A este que me ha revelado la verdad quiero que lo empales en la entrada de la aldea más cercana al castillo. Hazles llegar este mensaje: Mi poder es absoluto, a mi regreso arrasaré cien casas por haberse atrevido a enfrentarse a mí aunque haya sido en el pensamiento.”- Terminó de quitarse la braza y el codal. –“Desmontad la armadura de mi caballo, en este caso no necesitará de capizana, pechera o testera, sólo es una mujer”-
El esclavo soltó una risilla nerviosa.
-“¿Por qué ríes imbécil?”-
-“No es una mujer, es una diosa.”-
-“¿Una diosa? Eso es nuevo. A “Dios” le hablas de diosas... Verás lo que hago yo con vuestras diosas.”-
El hombre pegó una patada al esclavo que se había mantenido de rodillas durante el discurso. Lo dejó recostado en el suelo tras varios golpes. Salió “Dios” furioso de la estancia.
Diez días cabalgó sobre su caballo. Cuanto más lejos se hallaba de sus dominios, más cambiaba el paisaje, el cielo se erguía majestuosamente azul sobre unas tierras verdes y frondosas, atrás quedaban los cielos grises y el granito. Los tambores de guerra y el sonido de las herraduras de los caballos se perdían en el piar de los pájaros.
Al fin llegó a las tierras del Norte. Bajó del caballo. Pisó las hierbas contaminándolas con su ira y gritó: -“¡Mujer, diosa, lo que quiera que seas sal de ahí!”-
Sobre la cueva en una cresta más alta, apareció la mujer, desnuda, con gran parte del pelo cubriendo su espalda. Su pose era digna y altiva, parecía una guerrera.
-“¿De tu vientre nacerá quien me destruya? ¿Quién querría fornicar con una mujer que se asemeja a una salvaje?”-
Ella sonrió.- “Has perturbado mi sueño”-
-“Y tú, la conciencia de mis esclavos. Tu pecado es mayor”-
-“Lo dudo.”-
-“¡Qué más da!” - gritó el hombre – “¡No puedo dejar que esto continúe! ¡Poco importa si lo que hay en tus tripas es un simple bebé, no permitiré que surjan leyendas en mi contra!”-
De un enorme salto se colocó a su altura. Con un giro llevo su brazo hacia atrás y con un movimiento rápido puso la espada en posición de ataque clavándola en un instante en el estomago de la mujer.
El cielo se tornó anaranjado, las tierras adquirieron un tono violáceo, el viento comenzó a rugir, las ramas de los árboles se zarandearon en una y otra dirección.
-“Tonta vanidad”- Dijo ella –“¿Viene un hombre a matar a una diosa?”- La sangre, roja como ninguna, se extendió por la fría espada, parecía que el metal estuviese entre llamaradas. -“El hombre cree estar por encima de todo. ¿Qué puede saber un ser insignificante como tú del poder de un Dios? ¿Crees que soy como los seres que has llevado al inframundo?”-
El hombre atisbó en la mirada de la mujer como refulgía la victoria. Retorció la espada en el estomago.
-“Yo empecé la habladuría que se convertiría en leyenda, pero no recuerdo jamás la expresión de mi vientre sin duda se debe tratar de un error bien tuyo, bien de los emisarios.”- Las tripas produjeron un estruendo terrible, la espada comenzó a meterse en el cuerpo de la mujer. “Dios” miró con cierto pavor. -“Yo dije mi vientre traerá tu muerte, nunca hubo un de”- La sangre se esparció por las ropas del hombre, el estomago forzó la entrada del brazo, después vendría el resto de la carne, y así es como el vientre de la diosa engulló al vanidoso “Dios”. El caballo permaneció quieto sin expresar ninguna reacción frente a lo ocurrido. El cielo y las tierras recuperaron su variedad de colores, el fresco olor de la hierbabuena aromatizó la llanura y penetró en la piedra.
La mujer bajó de la cresta, jugueteó con la hierba de la explanada dejándola mezclarse con los dedos de sus pies, miró hacía los enormes árboles que no muy lejos mecían sus hojas, bostezó y se adentró en la cueva mientras mascullaba para sí –“yo, la Diosa Naturaleza me niego a volver a tener paciencia con el Ser Humano, ¡es un ser irritante!”-
El tiempo pasó, los años, las décadas, los siglos… Las leyendas se convirtieron en palabras vacías. El hombre dejo de tener miedo.
Llamó Arco Iris Lunar a la sonrisa de la Diosa, Estrellas Fugaces a sus sueños, Aurora Boreal a su espíritu creativo. Llamó Tsunamis a sus llantos desconsolados, Tornados a sus gritos, Tormenta de truenos a sus enfados y finalmente al terrible estruendo de su vientre lo denominó Terremoto.
¡Qué ritmo llevas! Cada vez que entro en tu blog me encuentro con dos o tres relatos nuevos. Muy buena metáfora, me ha gustado mucho. Alguna coma que otra, que yo hubiera puesto, pero vamos, por criticar algo... :-)
ResponderEliminarSilvita.