miércoles, 21 de noviembre de 2012

LOS OJOS DE GALATEA




 Prestad atención a la leyenda que de voz en voz ha corrido hasta el día de hoy, pues en ella descubriréis los conocimientos que del amor tenían nuestros sabios ancestros. Dice así:
Cabellos negros como el azabache. Ojos color esmeralda. Tez tan blanca como pura. Cuerpo frágil con las proporciones deseadas. De pensamiento inteligente. Poseedora de una dulzura comparable a la de la miel. Más hermosa que una flor de lis.  A primera vista y en un conocimiento posterior, la joven Galatea sería descrita en estos términos. No habría error.
El joven que se enamoró de ella, y que la hacía gozar de la pasión y la fuerza del amor así lo había percibido. Todo en ella parecía alcanzar la perfección. Todo en ella era digno de amar. Todo, pero sobre “todo”…


Cada día se sentaban en el borde de la fuente del pueblo, “la Fuente de la Liberación”, en cuyo centro dos cisnes emprendían el vuelo dejando brotar de sus bocas aguas cristalinas. Galatea tenía debilidad por aquel lugar pues recordaba que, su nombre procedía de una nereida enamorada de un tal Acis al que Polifemo asesinó celoso del amor que había entre ambos, y a la que Zeus, para evitarle más dolor, transformó en fuente.
Quizás porque el amor hace delirar, quizás porque permite sentir el mundo del modo más agradable, el tiempo los acompañaba con un cielo despejado y un sol que hacía nacer todo tipo de florecillas alrededor. Los pájaros piaban alegremente, las mariposas  volaban con sus colores en un espacio monocromático.
-“Galatea, esos ojos… Esos ojos me vuelven loco.” -
Todo era hermoso en ella, pero sobre “todo”, los ojos, reflejo del alma. En ellos habitaban su inocencia, sus sueños, sus esperanzas… Su esencia, lo que ella realmente era.
-“Tu mirada me hace perder la noción del tiempo. Ante ella, las guerras y el hambre se difuminan para convertirse en extensos campos llenos de aire y paz.”-
Como cabía esperar ante tales palabras, el corazón de Galatea fue bombeando con más vigor y su rostro adquirió el tono rosado de quien se halla preso de los sentimientos.
Sin embargo, que cierto es que, si en el dolor se debe esperar, de la prosperidad se debe recelar.
Un día, el enamorado surgió ante ella con el semblante afligido. El universo retomó su rumbo, el cielo mostró nubes amenazantes, los pajarillos y las mariposas desaparecieron, las flores se transformaron en simple hierba.
-“Desearía seguir vagando en tu mirada por siempre pero los enemigos se acercan, y yo como el resto de los hombres del pueblo debo partir a defender la patria.”-
-“¿Cuándo?” - Preguntó desolada.
-“Al amanecer. Galatea, para mí es una tortura” – Guardó silencio durante unos segundos en el tiempo, una eternidad en el alma. – “Si tuviera valor calmaría mi tentación.”-
-“¿Qué tentación?” - Objetó con cierta preocupación en la voz.
-“La de renunciar a todo lo que me enseñaron, a mis obligaciones, a la patria, a lo que sea por esa esperanza que en tus ojos brilla.”-
-“No, no lo hagas”-
Galatea tapó su rostro, chilló, cedió sobre las rodillas, respiró profundamente. Al regresar a su posición inicial, el rostro y las manos vestían de rojo. Llevó sus manos hacía el joven y le entrego las esmeraldas.
-“Llévalos contigo, no salpiques tu buen nombre con la deshonra, te esperaré el tiempo que haga falta.”-
El hombre observó a la amada, aún cubierta de sangre continuaba siendo preciosa, pura, no obstante, en sus manos moría la magia. Sin esperanza, sin alegría, sin esencia, le era indiferente. Poseía aquello que más deseaba de ella, ¿por qué seguir a su lado?
Se marchó sin decir palabra pero con la firme idea de que jamás volvería junto a ella.
El joven olvidó el sacrificio de Galatea. En su mente sólo quedó la debilidad que le había mostrado. Y es que el ser humano tiende a confundir la debilidad con la sensibilidad. Galatea perdió el abanico de colores, olvidó la cúpula del campanario, el agua de la fuente y los rostros de las personas queridas. El amor bien valía cualquier sufrimiento por pequeño o grande que este fuese.

Pasaron los meses. La guerra terminó. Los que habían conservado la vida regresaron al hogar. Galatea esperó y esperó. No notó como alguien de tremenda familiaridad apoyaba la mano sobre su hombro y le susurraba “He vuelto”. Cayeron las horas y una vocecilla interior escupió la verdad “Deja de esperar o te pasarás la vida esperando, él no volverá.”
Dice la leyenda que al aceptar lo que la vocecilla le cantaba al oído, corrió y corrió hasta dar de bruces con “la Fuente de la Liberación”. En la piedra posó su rostro y las lágrimas empezaron a recorrerla. Estas, al resbalar, se fundieron con las aguas, de las que surgió un ángel de formas suaves.
-“Galatea, tan inmenso tu sentimiento, tan desgraciado tu amor…”-Acarició los parpados de la joven y dos nuevos ojos nacieron -“Tu corazón es noble, pero de aquí en adelante no te dejes cegar por el amor.”- El ángel esbozó una sonrisa para más tarde esfumarse con el viento.
Galatea miró su reflejo en el agua y observó que los ojos eran más penetrantes que antes aunque ahora en vez de ser verdes eran grises. Grises, porque algo dentro de ella había perecido.

“Pero Galatea, no te preocupes, tus ojos que parecen de plata son tan bellos como los anteriores, pues si aquellos daban fe de tu inocencia, estos la dan de tu experiencia.”

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