Prestad
atención a la leyenda que de voz en voz ha corrido hasta el día de hoy, pues en
ella descubriréis los conocimientos que del amor tenían nuestros sabios
ancestros. Dice así:
Cabellos
negros como el azabache. Ojos color esmeralda. Tez tan blanca como pura. Cuerpo
frágil con las proporciones deseadas. De pensamiento inteligente. Poseedora de
una dulzura comparable a la de la miel. Más hermosa que una flor de lis. A primera vista y en un conocimiento posterior,
la joven Galatea sería descrita en estos términos. No habría error.
El
joven que se enamoró de ella, y que la hacía gozar de la pasión y la fuerza del
amor así lo había percibido. Todo en ella parecía alcanzar la perfección. Todo
en ella era digno de amar. Todo, pero sobre “todo”…
Cada
día se sentaban en el borde de la fuente del pueblo, “la Fuente de la Liberación”, en cuyo
centro dos cisnes emprendían el vuelo dejando brotar de sus bocas aguas
cristalinas. Galatea tenía debilidad por aquel lugar pues recordaba que, su
nombre procedía de una nereida enamorada de un tal Acis al que Polifemo asesinó
celoso del amor que había entre ambos, y a la que Zeus, para evitarle más dolor,
transformó en fuente.
Quizás
porque el amor hace delirar, quizás porque permite sentir el mundo del modo más
agradable, el tiempo los acompañaba con un cielo despejado y un sol que hacía
nacer todo tipo de florecillas alrededor. Los pájaros piaban alegremente, las
mariposas volaban con sus colores en un
espacio monocromático.
-“Galatea, esos ojos…
Esos ojos me vuelven loco.” -
Todo
era hermoso en ella, pero sobre “todo”, los ojos, reflejo del alma. En ellos
habitaban su inocencia, sus sueños, sus esperanzas… Su esencia, lo que ella
realmente era.
-“Tu mirada me
hace perder la noción del tiempo. Ante ella, las guerras y el hambre se
difuminan para convertirse en extensos campos llenos de aire y paz.”-
Como
cabía esperar ante tales palabras, el corazón de Galatea fue bombeando con más
vigor y su rostro adquirió el tono rosado de quien se halla preso de los
sentimientos.
Sin
embargo, que cierto es que, si en el dolor se debe esperar, de la prosperidad
se debe recelar.
Un
día, el enamorado surgió ante ella con el semblante afligido. El universo
retomó su rumbo, el cielo mostró nubes amenazantes, los pajarillos y las
mariposas desaparecieron, las flores se transformaron en simple hierba.
-“Desearía
seguir vagando en tu mirada por siempre pero los enemigos se acercan, y yo como
el resto de los hombres del pueblo debo partir a defender la patria.”-
-“¿Cuándo?” - Preguntó desolada.
-“Al amanecer.
Galatea, para mí es una tortura” – Guardó silencio durante unos segundos
en el tiempo, una eternidad en el alma. – “Si
tuviera valor calmaría mi tentación.”-
-“¿Qué
tentación?” -
Objetó con cierta preocupación en la voz.
-“La de
renunciar a todo lo que me enseñaron, a mis obligaciones, a la patria, a lo que
sea por esa esperanza que en tus ojos brilla.”-
-“No, no lo
hagas”-
Galatea
tapó su rostro, chilló, cedió sobre las rodillas, respiró profundamente. Al regresar
a su posición inicial, el rostro y las manos vestían de rojo. Llevó sus manos
hacía el joven y le entrego las esmeraldas.
-“Llévalos
contigo, no salpiques tu buen nombre con la deshonra, te esperaré el tiempo que
haga falta.”-
El
hombre observó a la amada, aún cubierta de sangre continuaba siendo preciosa,
pura, no obstante, en sus manos moría la magia. Sin esperanza, sin alegría, sin
esencia, le era indiferente. Poseía aquello que más deseaba de ella, ¿por qué
seguir a su lado?
Se
marchó sin decir palabra pero con la firme idea de que jamás volvería junto a
ella.
El
joven olvidó el sacrificio de Galatea. En su mente sólo quedó la debilidad que
le había mostrado. Y es que el ser humano tiende a confundir la debilidad con
la sensibilidad. Galatea perdió el abanico de colores, olvidó la cúpula del
campanario, el agua de la fuente y los rostros de las personas queridas. El
amor bien valía cualquier sufrimiento por pequeño o grande que este fuese.
Pasaron
los meses. La guerra terminó. Los que habían conservado la vida regresaron al
hogar. Galatea esperó y esperó. No notó como alguien de tremenda familiaridad
apoyaba la mano sobre su hombro y le susurraba “He vuelto”. Cayeron las horas y una vocecilla interior escupió la
verdad “Deja de esperar o te pasarás la
vida esperando, él no volverá.”
Dice
la leyenda que al aceptar lo que la vocecilla le cantaba al oído, corrió y
corrió hasta dar de bruces con “la
Fuente de la
Liberación”. En la piedra posó su rostro y las lágrimas
empezaron a recorrerla. Estas, al resbalar, se fundieron con las aguas, de las
que surgió un ángel de formas suaves.
-“Galatea, tan
inmenso tu sentimiento, tan desgraciado tu amor…”-Acarició los
parpados de la joven y dos nuevos ojos nacieron -“Tu corazón es noble, pero de aquí en adelante no te dejes cegar por el
amor.”- El ángel esbozó una sonrisa para más tarde esfumarse con el viento.
Galatea
miró su reflejo en el agua y observó que los ojos eran más penetrantes que
antes aunque ahora en vez de ser verdes eran grises. Grises, porque algo dentro
de ella había perecido.
“Pero Galatea,
no te preocupes, tus ojos que parecen de plata son tan bellos como los
anteriores, pues si aquellos daban fe de tu inocencia, estos la dan de tu
experiencia.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario