Fuego,
lava, rocas, sangre, abismo.
Unos
dedos agrietados con las uñas rotas sujetan como pueden un cuerpo magullado y maltrecho
a punto de caer al vacío. Bajo los pies cientos de almas alzan su voz por
encima del terror que cubre la piel, ecos sordos aúllan el fin, miles de brazos
tratan de aferrarse a la carne con el único pretexto de desmenuzar las
entrañas, de eliminar el aliento.
Tras
una columna se esconde ella, el amor en estado puro. Contempla la escena con el
agua arañando sus ojos. Las piedras caen en torno a su figura. El agua emula cataratas, resbala
por las rocas de sus pómulos. Quizá no vuelva a disfrutar de su extraña
belleza, quizás al cerrarse el corazón olvide su esencia y con ella se
desvanezcan las formas hasta reducirse todo a un borroso silencio.
Las
facciones ensangrentadas, el hígado sajado. Los espíritus doblegan la fuerza empujándome
hacia el infierno. Amargo tormento el ataúd que me regala la ausencia de
bondad. Bajo la cintura arde en cueros la falta de moralidad. He sido
despiadado, he sondeado la noche en busca de Satán y ahora él me ha encontrado.
¿Estos momentos serían más placenteros si fuese una persona honrada?
Tras
mis dudas, ella. De sus labios fluyen gemidos de dolor, la agitación de su
respiración me hace pensar que tiene los pulmones destrozados. En ella se
construye el enigma de una expresión en la que no consigo adentrarme. Quizás
venga a ayudarme, quizás su sufrimiento se transforme en valor y tome mi mano
ayudándome a salir del pozo que intenta aprisionarme. Después de todo, este
sacrificio es por ella, por tratar de disfrutarla sin límites, sin reglas, por
cubrirla de oro y plata.
El
cráneo aturdido, los intestinos abiertos. Alzando el brazo apoyo el codo y
trato de impulsarme para dejar atrás este maldito agujero. El esfuerzo es en
vano. Abajo se extiende el tétrico futuro que pretendo evitar. Pido ayuda y
grito desesperadamente. Allí en las sombras alguien ríe, mi voz se ahoga en la
suya.
Y
tras mi dolor: ella, mi amor, mi luz. Se descubre al fin ante mí y me permite absorber
algo más que sus sollozos. Observándome con la vista fija y segura adelanta uno
de sus piececitos hacia mí. Sin embargo sólo es el juego del león que retrocede
dos pasos para avanzar posteriormente. Su decisión es opuesta a la que esperaba, palidezco en un instante,
la esperanza se pierde en el “perdona” que musita. Acto seguido cambia de
dirección y salta como un depredador camino de la supervivencia. Al cabo, los
pasos desaparecen.
Mis
dedos ceden, caigo y las almas que ansían mi llegada abren las fauces
destripando mis lágrimas.
Llega
un nuevo amor, un nuevo “ella”. Una mujer fría, desagradable pero que al menos
jamás me abandonará, una mujer que helará mis latidos.
En
el aire oigo ruidos: Unas ruedas, pasos de personas corriendo, un leve pitido que
va diluyéndose y una voz grave: -“Lo hemos perdido. Hora de la muerte…”
Así
es. Una semana después del accidente por el que me han ingresado en el
hospital, he fallecido. Una semana, parece poco tiempo y sin embargo el hilo
que me mantenía en un lado y en otro ha producido en mi la sensación de
eternidad. He ansiado aferrarme a la tierra, no ha sido suficiente, la vida, mi
amor, me ha condenado.
Ahora
desciendo sin tregua, en una oscuridad cada vez más profunda. Cuando mis huesos
den con el fondo, ¿mi alma hallará consuelo? o ¿desearé mantenerme en la cuerda
floja, en ese hilo incomodo, contemplando
a la vida con la esperanza de volver a ella?
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