miércoles, 28 de noviembre de 2012

MI AMOR



Fuego, lava, rocas, sangre, abismo.
Unos dedos agrietados con las uñas rotas sujetan como pueden un cuerpo magullado y maltrecho a punto de caer al vacío. Bajo los pies cientos de almas alzan su voz por encima del terror que cubre la piel, ecos sordos aúllan el fin, miles de brazos tratan de aferrarse a la carne con el único pretexto de desmenuzar las entrañas, de eliminar el  aliento.
Tras una columna se esconde ella, el amor en estado puro. Contempla la escena con el agua arañando sus ojos. Las piedras caen en torno a  su figura. El agua emula cataratas, resbala por las rocas de sus pómulos. Quizá no vuelva a disfrutar de su extraña belleza, quizás al cerrarse el corazón olvide su esencia y con ella se desvanezcan las formas hasta reducirse todo a un borroso silencio.


Las facciones ensangrentadas, el hígado sajado. Los espíritus doblegan la fuerza empujándome hacia el infierno. Amargo tormento el ataúd que me regala la ausencia de bondad. Bajo la cintura arde en cueros la falta de moralidad. He sido despiadado, he sondeado la noche en busca de Satán y ahora él me ha encontrado. ¿Estos momentos serían más placenteros si fuese una persona honrada?
Tras mis dudas, ella. De sus labios fluyen gemidos de dolor, la agitación de su respiración me hace pensar que tiene los pulmones destrozados. En ella se construye el enigma de una expresión en la que no consigo adentrarme. Quizás venga a ayudarme, quizás su sufrimiento se transforme en valor y tome mi mano ayudándome a salir del pozo que intenta aprisionarme. Después de todo, este sacrificio es por ella, por tratar de disfrutarla sin límites, sin reglas, por cubrirla de oro y plata.

El cráneo aturdido, los intestinos abiertos. Alzando el brazo apoyo el codo y trato de impulsarme para dejar atrás este maldito agujero. El esfuerzo es en vano. Abajo se extiende el tétrico futuro que pretendo evitar. Pido ayuda y grito desesperadamente. Allí en las sombras alguien ríe, mi voz se ahoga en la suya.
Y tras mi dolor: ella, mi amor, mi luz. Se descubre al fin ante mí y me permite absorber algo más que sus sollozos. Observándome con la vista fija y segura adelanta uno de sus piececitos hacia mí. Sin embargo sólo es el juego del león que retrocede dos pasos para avanzar posteriormente. Su decisión es opuesta  a la que esperaba, palidezco en un instante, la esperanza se pierde en el “perdona” que musita. Acto seguido cambia de dirección y salta como un depredador camino de la supervivencia. Al cabo, los pasos  desaparecen.

Mis dedos ceden, caigo y las almas que ansían mi llegada abren las fauces destripando mis lágrimas.
Llega un nuevo amor, un nuevo “ella”. Una mujer fría, desagradable pero que al menos jamás me abandonará, una mujer que helará mis latidos.
En el aire oigo ruidos: Unas ruedas, pasos de personas corriendo, un leve pitido que va diluyéndose y una voz grave: -“Lo hemos perdido. Hora de la muerte…”
Así es. Una semana después del accidente por el que me han ingresado en el hospital, he fallecido. Una semana, parece poco tiempo y sin embargo el hilo que me mantenía en un lado y en otro ha producido en mi la sensación de eternidad. He ansiado aferrarme a la tierra, no ha sido suficiente, la vida, mi amor, me ha condenado.
Ahora desciendo sin tregua, en una oscuridad cada vez más profunda. Cuando mis huesos den con el fondo, ¿mi alma hallará consuelo? o ¿desearé mantenerme en la cuerda floja,  en ese hilo incomodo, contemplando a la vida con la esperanza de volver a ella?

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