Me llamo Salvador. Hasta hace poco no era más que la triste imitación de un ser monstruoso. Mi altura y peso formaban un conjunto de carne a primera vista normal, a segunda, llena de heridas. Mis ojos lucían una desesperación negra. En mis brazos se abrían paso unas manos grotescas que marcarían mi existencia. Déjame que te cuente de donde viene mi dolor y de donde mi dicha posterior.
“La Ciudad de la Inocencia”
Cuando
era pequeño todos cuantos residían en la ciudad de la inocencia me llamaban
bicho o mullido. Afortunadamente cuando eres tan pequeño, el no saber te hace
fuerte sin querer, aceptas todas las piedras que te lanzan porque no te crean
rasguños. No obstante, es algo aparente, en realidad las heridas son guardadas
en el corazón y preservadas la mente, tarde o temprano surgen.
Yo
no terminaba de ver en que me diferenciaba de los demás. No es que no
advirtiese mis dedos torcidos y contraídos en una mueca de terror, es
simplemente que no creía que esta fuese causa suficiente para humillarme del
modo en que lo hacían. Al niño tartamudo nunca le dijeron nada, ni tampoco a
otro que siempre andaba rascándose la cabeza por ser nido de piojos. El hecho
de que no tomase muy en serio sus insultos y amenazas de mis compañeros hizo
que me odiasen más. A menudo me gritaban:
-
“¡Deforme,
¿por qué eres tan feliz?! No puedes hacer nada eres un inútil, ¡monstruo de las
manos dobladas!
Yo
me reía de sus palabras, pero cierto era que no podía escribir, que mis padres
o tutores tenían que darme de comer, lavarme y ayudarme con la ropa. Me reía de
unas palabras que no alcanzaba a entender pero ellos se reían más cuando
tropezaba y mi cara se empotraba en el suelo. Supongo que en esos momentos tan
vergonzosos podría haber impedido la escena cubriéndome con los brazos pero tenía
miedo de que el suelo quebrase más los
dedos. Tropezaba mucho, era algo patoso (o quizás tenia falta de seguridad en mí
mismo y eso causaba la torpeza) como consecuencia a tratar de no curvar mis dedos ahora no tengo una cara muy atractiva, aunque
apuntaba maneras…
En
fin, fue una época lamentable, la inocencia lleva consigo una crueldad que por
falta de conciencia debe ser perdonada, o eso dicen.
A
los trece años me mude a la tierra de la adolescencia. En cierto modo fue
distinto, sin embargo, este era un engendro nacido de las tripas de la ciudad
de la inocencia.
“La Tierra de la Adolescencia”
Las
personas miraban hacía cualquier otro lado que no fuesen mis enrevesados dedos.
Fingían respetarme, algunos incluso me sonreían amablemente aunque luego a mis
espaldas cuchicheasen de mi desdicha. En general tendían a ignorarme y a evitar
que entrase en ninguno de sus grupitos de maravillosa exclusividad. Con la edad
la gente adquiere diplomacia e hipocresía, esto lo iría viendo con el
tiempo, la forma de actuar de los adolescentes
era la propia, mirarse el ombligo y creerse indispensables, sin ser capaces de
ver más allá del “yo”. Las armas que usa la gente en contra de aquellos que son
diferentes van modificándose pero el objetivo es el mismo, destrozar, lograr
espíritus castrados, en este caso el mío.
Como
poseía una edad considerable comprendí en todo su esplendor el significado del
comportamiento ajeno. Yo era el pasto con
el que se alimentaba el rebaño
Mi
inocencia murió y con ella mi estúpida felicidad. Mi alegría fue cubierta por
un velo de tristeza. Ahora si notaba las cuchillas, las balas. Ahora mi mente
recobraba el aliento amargo del dolor que en la niñez había ignorado. Mis
padres, muy astutos ellos, se percataron enseguida de cambio tan singular. Me
pasaba horas y horas leyendo libros o paseando con la mirada perdida en el
infinito. Cuando nada de lo acontecido en el día me animaba me tumbaba boca
abajo, huyendo del mundo, gritando contra la almohada, insultando a dicho
mundo. Mis padres pensaron que rozaba la locura. En realidad solo buscaba un
motivo por el que existir, algo que me guiase a un lugar cuyo cielo estuviese
salpicado de esperanza y magia, ¿qué otra cosa podía paliar mi dolor? Pero los
magos son extraños se dedican a hacer desaparecer conejos para luego sacarlos
de chisteras obsoletas, ¿qué valor tiene eso?, si posees magia, sirve a los
demás, borra mis recuerdos, mi sufrimiento…
Pero
supongo que es imposible, porque el dolor solo lo entiende quien lo padece. No
existen las mismas penas, ni los mismos sufrimientos, cada persona siente de
una forma distinta y única. La intensidad difiere de un corazón a otro, lo que
para uno es enorme para otro es insignificante y viceversa. A la gente le cuesta
entenderlo, a mis padres era imposible explicárselo, ¡cada uno vive sus penas
como mejor sabe!
Mama
me decía “No te importe lo que los demás piensen de ti” siempre consideré que
eran unas palabras muy bellas proviniendo de alguien como ella que tres minutos
antes o después me instaba a bajar el volumen de la tv para no molestar a los
vecinos. Sí, las palabras a veces solo demuestran la capacidad para hablar.
Tras
varios años decidí alejarme de los que me hería. Me quedé solo. Para llevar a
cabo tan cabal propósito me dedique a actuar más extrañamente de lo que en mí
era habitual. Vestía de negro, hablaba del eterno retorno de Nietzsche,
criticaba las ideas de Descartes sobre los animales, poco a poco me fui hacia
lo esotérico, así que mis monólogos cada vez resultaban más irreales. Ahí tenía
mi escudo ante la masa de crueldad que me asediaba. Aun faltaba la espada.
Pronto la encontré en el arte. Específicamente en la pintura. Amaba todo lo que
pasaba por mis ojos: Dalí, Velázquez, Van gogh. Deseaba ser como ellos. Y
sorpresas de la vida, en mi espada hallé la salvación, lo que fue creado para
destruir se convirtió en algo para crear esperanza y magia (magia de la de
verdad, de la útil)
Tengo
un sueño
La
pintura era mi pasión, con ella extraería de mis arterias doloridas el veneno.
Los colores expresarían el amasijo de sentimientos que se forjaban en mis
contorsionadas manos. Las líneas y curvas adivinarían el núcleo de mi
desesperación. Las sombras crearían la esencia de la malicia que este mundo
había desarrollado contra mí. Cuando alguien observase una de mis obras
sentiría cerrársele el órgano del pecho, oiría gemir la tierra, en definitiva,
comprendería el término empatía.
Mis
compañeros, al ver mi oscura vestimenta, al oírme hablar de la reencarnación o del
diablo, al sentirme emocionado por el sueño que se había abierto en mi carne
dejaron de fingir, ¿Cómo podía creerme alguien? ¿Cómo me atrevía a soñar,
cuando debía estar dando gracias por seguir viviendo? Mal estaba que tuviese un
defecto físico pero que encima actuase como lo hacía. Con mi edad si me
permitiese pensar en algo tendría que ser en motos y en chicas, que era lo
típico de esa edad, aun a sabiendas que en mi caso era un desperdicio (pues las
chicas no mirarían a un tipo como yo y de lo de conducir una moto ni hablemos)
es lo que la sociedad me demandaba a esa edad. Pero, ¿sueños? Esa esfera pertenecía
a los genios. Como decía, los compañeros dejaron de fingir, curiosamente no me
insultaron llamándome monstruo, “gilipollas” fue mi nuevo apodo, “mirad por ahí
va “el gilipollas”…al menos ya me consideraban humano, era un gran avance.
Huida
del “País de la Locura”
En
mi país la sociedad esta estratificada disimuladamente, nos venden que podemos
ser lo que queramos pero, no es cierto. Difícilmente el hijo de unos fontaneros
llegará a ser médico y viceversa. Nos venden el valor de la individualidad mientras
que la publicidad y la vida que llevamos nos obligan a buscar pareja. “Se
independiente, trabaja en lo que quieras, viaja por el mundo, pero sobre todo
disfruta de la vida, se libre.” Pero la realidad es otra: Para ser libre
necesitas un trabajo que ocupará la mitad de tu vida, para vivir necesitarás de
otra persona que te ayude a pagar la hipoteca para poder permitirte unas vacaciones
en un lugar cercano. Esa persona terminará siendo una trampa pues se
multiplicará. Al final uno más uno serán tres, cuatro, y necesitarás más horas
de trabajo y que tu pareja haga lo mismo, todo, para poder ser “libre”. Tu
sueño, creas lo que creas, es ayudar a que el sistema impuesto se perpetué por
los siglos de los siglos. Así es mi país.
Yo
no encajaba, por supuesto. Con 20 años confesé a mis padres mis deseos:
-
“Quiero
ser artista, Quiero ser pintor”-
Mis
padres contrajeron el rostro. Al cabo de minutos interminables, mi padre se
liberó del asombro desatando una risa ensordecedora:
-
¿Pintor?,
¿de qué?, ¿de brocha gorda? ¿Te has visto las manos? ¿Con qué pintarás? ¿Con
los dientes?-
-
Padre
hablo en serio- Protesté con el orgullo herido (después de considerar la posibilidad
de usar mi boca en mi empresa) - Madre, ¿opinas igual?
-
Bueno
hijo…. -Y ahí terminó la frase. Mi padre continuo más sereno:
-
No
por desear las cosas suceden…No puedes pintar,… Dios mío si te dejásemos comer
con esas manos inservibles tuyas, morirías, ¿cómo vas a pintar?-
- ¡No me limites!- Grité furioso.
Mi
padre contesto su habitual:- ¡No digas tonterías!-
Fin
de la discusión.
Todas
nuestras discusiones terminaban igual “deja de decir tonterías”. Entre la
dichosa frasecita y mi apodo en el instituto no sé cómo no terminé dudando de
mi inteligencia y teniendo complejo de “no muy listo”.
Corrí
a mi cuarto, me tumbé sobre las sabanas y lloré como una niña, no podía parar.
Había mucho dentro de mi corazón, sobre todo la incomprensión de mi entorno. Lloré
por todo lo que jamás había llorado y debería haber llorado en su momento.
Finalmente
decidí marcharme. Tenía un sueño que cumplir (y un miedo constante a volverme
“no muy listo”.)
Durante
varios días fui alimentado y ayudado por la pena que residía en el alma de la
gente, pronto llegué a la frontera del país de la Locura. Vi un cartel
con el siguiente mensaje: Tras lo múltiple
se esconde lo q es uno.
Entonces,
no lo entendí, pronto adquiriría significado.
........................ Continuará................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario