viernes, 17 de junio de 2016

EL CIUDAD DE LOS SUEÑOS. (Parte 1)




Me llamo Salvador. Hasta hace poco no era más que la triste imitación de un ser monstruoso. Mi altura y peso formaban un conjunto de carne a primera vista normal, a segunda, llena de heridas. Mis ojos lucían una desesperación negra. En mis brazos se abrían paso unas manos grotescas que marcarían mi existencia. Déjame que te cuente de donde viene mi dolor y de donde mi dicha posterior.


“La Ciudad de la Inocencia”

Cuando era pequeño todos cuantos residían en la ciudad de la inocencia me llamaban bicho o mullido. Afortunadamente cuando eres tan pequeño, el no saber te hace fuerte sin querer, aceptas todas las piedras que te lanzan porque no te crean rasguños. No obstante, es algo aparente, en realidad las heridas son guardadas en el corazón y preservadas la mente, tarde o temprano surgen.
Yo no terminaba de ver en que me diferenciaba de los demás. No es que no advirtiese mis dedos torcidos y contraídos en una mueca de terror, es simplemente que no creía que esta fuese causa suficiente para humillarme del modo en que lo hacían. Al niño tartamudo nunca le dijeron nada, ni tampoco a otro que siempre andaba rascándose la cabeza por ser nido de piojos. El hecho de que no tomase muy en serio sus insultos y amenazas de mis compañeros hizo que me odiasen más. A menudo me gritaban:
-       “¡Deforme, ¿por qué eres tan feliz?! No puedes hacer nada eres un inútil, ¡monstruo de las manos dobladas!
Yo me reía de sus palabras, pero cierto era que no podía escribir, que mis padres o tutores tenían que darme de comer, lavarme y ayudarme con la ropa. Me reía de unas palabras que no alcanzaba a entender pero ellos se reían más cuando tropezaba y mi cara se empotraba en el suelo. Supongo que en esos momentos tan vergonzosos podría haber impedido la escena cubriéndome con los brazos pero tenía miedo de que el suelo quebrase  más los dedos. Tropezaba mucho, era algo patoso (o quizás tenia falta de seguridad en mí mismo y eso causaba la torpeza) como consecuencia a tratar de  no curvar mis dedos  ahora no tengo una cara muy atractiva, aunque apuntaba maneras…
En fin, fue una época lamentable, la inocencia lleva consigo una crueldad que por falta de conciencia debe ser perdonada, o eso dicen.
A los trece años me mude a la tierra de la adolescencia. En cierto modo fue distinto, sin embargo, este era un engendro nacido de las tripas de la ciudad de la inocencia.


“La Tierra de la Adolescencia”

Las personas miraban hacía cualquier otro lado que no fuesen mis enrevesados dedos. Fingían respetarme, algunos incluso me sonreían amablemente aunque luego a mis espaldas cuchicheasen de mi desdicha. En general tendían a ignorarme y a evitar que entrase en ninguno de sus grupitos de maravillosa exclusividad. Con la edad la gente adquiere diplomacia e hipocresía, esto lo iría viendo con el tiempo,  la forma de actuar de los adolescentes era la propia, mirarse el ombligo y creerse indispensables, sin ser capaces de ver más allá del “yo”. Las armas que usa la gente en contra de aquellos que son diferentes van modificándose pero el objetivo es el mismo, destrozar, lograr espíritus castrados, en este caso el mío.
Como poseía una edad considerable comprendí en todo su esplendor el significado del comportamiento ajeno. Yo era el pasto con el que se alimentaba el rebaño
Mi inocencia murió y con ella mi estúpida felicidad. Mi alegría fue cubierta por un velo de tristeza. Ahora si notaba las cuchillas, las balas. Ahora mi mente recobraba el aliento amargo del dolor que en la niñez había ignorado. Mis padres, muy astutos ellos, se percataron enseguida de cambio tan singular. Me pasaba horas y horas leyendo libros o paseando con la mirada perdida en el infinito. Cuando nada de lo acontecido en el día me animaba me tumbaba boca abajo, huyendo del mundo, gritando contra la almohada, insultando a dicho mundo. Mis padres pensaron que rozaba la locura. En realidad solo buscaba un motivo por el que existir, algo que me guiase a un lugar cuyo cielo estuviese salpicado de esperanza y magia, ¿qué otra cosa podía paliar mi dolor? Pero los magos son extraños se dedican a hacer desaparecer conejos para luego sacarlos de chisteras obsoletas, ¿qué valor tiene eso?, si posees magia, sirve a los demás, borra mis recuerdos, mi sufrimiento…
Pero supongo que es imposible, porque el dolor solo lo entiende quien lo padece. No existen las mismas penas, ni los mismos sufrimientos, cada persona siente de una forma distinta y única. La intensidad difiere de un corazón a otro, lo que para uno es enorme para otro es insignificante y viceversa. A la gente le cuesta entenderlo, a mis padres era imposible explicárselo, ¡cada uno vive sus penas como mejor sabe!
Mama me decía “No te importe lo que los demás piensen de ti” siempre consideré que eran unas palabras muy bellas proviniendo de alguien como ella que tres minutos antes o después me instaba a bajar el volumen de la tv para no molestar a los vecinos. Sí, las palabras a veces solo demuestran la capacidad para hablar.
Tras varios años decidí alejarme de los que me hería. Me quedé solo. Para llevar a cabo tan cabal propósito me dedique a actuar más extrañamente de lo que en mí era habitual. Vestía de negro, hablaba del eterno retorno de Nietzsche, criticaba las ideas de Descartes sobre los animales, poco a poco me fui hacia lo esotérico, así que mis monólogos cada vez resultaban más irreales. Ahí tenía mi escudo ante la masa de crueldad que me asediaba. Aun faltaba la espada. Pronto la encontré en el arte. Específicamente en la pintura. Amaba todo lo que pasaba por mis ojos: Dalí, Velázquez, Van gogh. Deseaba ser como ellos. Y sorpresas de la vida, en mi espada hallé la salvación, lo que fue creado para destruir se convirtió en algo para crear esperanza y magia (magia de la de verdad, de la útil)


Tengo un sueño

La pintura era mi pasión, con ella extraería de mis arterias doloridas el veneno. Los colores expresarían el amasijo de sentimientos que se forjaban en mis contorsionadas manos. Las líneas y curvas adivinarían el núcleo de mi desesperación. Las sombras crearían la esencia de la malicia que este mundo había desarrollado contra mí. Cuando alguien observase una de mis obras sentiría cerrársele el órgano del pecho, oiría gemir la tierra, en definitiva, comprendería el término empatía.
Mis compañeros, al ver mi oscura vestimenta, al oírme hablar de la reencarnación o del diablo, al sentirme emocionado por el sueño que se había abierto en mi carne dejaron de fingir, ¿Cómo podía creerme alguien? ¿Cómo me atrevía a soñar, cuando debía estar dando gracias por seguir viviendo? Mal estaba que tuviese un defecto físico pero que encima actuase como lo hacía. Con mi edad si me permitiese pensar en algo tendría que ser en motos y en chicas, que era lo típico de esa edad, aun a sabiendas que en mi caso era un desperdicio (pues las chicas no mirarían a un tipo como yo y de lo de conducir una moto ni hablemos) es lo que la sociedad me demandaba a esa edad. Pero, ¿sueños? Esa esfera pertenecía a los genios. Como decía, los compañeros dejaron de fingir, curiosamente no me insultaron llamándome monstruo, “gilipollas” fue mi nuevo apodo, “mirad por ahí va “el gilipollas”…al menos ya me consideraban humano, era un gran avance.


Huida del “País de la Locura”

En mi país la sociedad esta estratificada disimuladamente, nos venden que podemos ser lo que queramos pero, no es cierto. Difícilmente el hijo de unos fontaneros llegará a ser médico y viceversa. Nos venden el valor de la individualidad mientras que la publicidad y la vida que llevamos nos obligan a buscar pareja. “Se independiente, trabaja en lo que quieras, viaja por el mundo, pero sobre todo disfruta de la vida, se libre.” Pero la realidad es otra: Para ser libre necesitas un trabajo que ocupará la mitad de tu vida, para vivir necesitarás de otra persona que te ayude a pagar la hipoteca para poder permitirte unas vacaciones en un lugar cercano. Esa persona terminará siendo una trampa pues se multiplicará. Al final uno más uno serán tres, cuatro, y necesitarás más horas de trabajo y que tu pareja haga lo mismo, todo, para poder ser “libre”. Tu sueño, creas lo que creas, es ayudar a que el sistema impuesto se perpetué por los siglos de los siglos. Así es mi país.
Yo no encajaba, por supuesto. Con 20 años confesé a mis padres mis deseos:
-       “Quiero ser artista, Quiero ser pintor”-
Mis padres contrajeron el rostro. Al cabo de minutos interminables, mi padre se liberó del asombro desatando una risa ensordecedora:
-       ¿Pintor?, ¿de qué?, ¿de brocha gorda? ¿Te has visto las manos? ¿Con qué pintarás? ¿Con los dientes?-
-       Padre hablo en serio- Protesté con el orgullo herido (después de considerar la posibilidad de usar mi boca en mi empresa) - Madre, ¿opinas igual?
-       Bueno hijo…. -Y ahí terminó la frase. Mi padre continuo más sereno:
-       No por desear las cosas suceden…No puedes pintar,… Dios mío si te dejásemos comer con esas manos inservibles tuyas, morirías, ¿cómo vas a pintar?-
-       ¡No me limites!- Grité furioso.
Mi padre contesto su habitual:- ¡No digas tonterías!-
Fin de la discusión.
Todas nuestras discusiones terminaban igual “deja de decir tonterías”. Entre la dichosa frasecita y mi apodo en el instituto no sé cómo no terminé dudando de mi inteligencia y teniendo complejo de “no muy listo”.
Corrí a mi cuarto, me tumbé sobre las sabanas y lloré como una niña, no podía parar. Había mucho dentro de mi corazón, sobre todo la incomprensión de mi entorno. Lloré por todo lo que jamás había llorado y debería haber llorado en su momento.
Finalmente decidí marcharme. Tenía un sueño que cumplir (y un miedo constante a volverme “no muy listo”.)
Durante varios días fui alimentado y ayudado por la pena que residía en el alma de la gente, pronto llegué a la frontera del país de la Locura. Vi un cartel con el siguiente mensaje: Tras lo múltiple se esconde lo q es uno.
Entonces, no lo entendí, pronto adquiriría significado.

........................ Continuará................................

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