La sala está llena de gente, varios familiares, muchos amigos. Al fondo, hay una enorme cristalera, al otro lado de esta, coronas y ramos hechos con crisantemos, gladiolos y claveles rodean un ataúd abierto de madera maciza. Hoy es el funeral de Marcos Román, un hombre de cuarenta y dos años que se ha suicidado con pastillas y alcohol. Su rostro esta relajado, el maquillador ha hecho un gran trabajo, como dirán algunos presentes “parece muy sereno”, palabras necesarias, palabras que templan y alivian el miedo del vivo a la muerte, él que sobrevive necesita ver a su ser amado en paz, creer que él que se fue está bien.
Frente al cuerpo sin vida una mujer llora. Con cierto nerviosismo arruga con una de las manos el vestido rosa palo que lleva, un color inusual para un funeral y sin embargo, no es discordante por ser la tonalidad “más triste” dentro de la gama del rosa así como por la elegancia con que lo lleva. Su sonrojado rostro inspira serenidad a pesar de la pena que acompaña su intensa mirada.
A su lado se coloca otra mujer más baja y bastante delgada, a diferencia de la anterior su piel es pálida, su mirada esta perdida, tiene las uñas destrozadas y su vestido, aunque negro como dicta la norma, está desgastado. Dirige la vista hacía la otra:
- Creía que no vendrías.
- ¿Por qué creías eso? Aunque tú aparecieses para romperle las ganas de vivir y disfrutar, de alguna manera siento que seguía en su corazón.
- Claro, a la vista queda tu influencia - comenta sarcásticamente, mientras inspira lánguidamente por la nariz- ¿Qué es ese olor?
- Es una mezcla de lavanda, manzana y canela, el aroma de su infancia, de las tardes del domingo en compañía de sus abuelos. – La mujer tierna y suave mira a Marcos con profunda compasión - ¿Por qué tuviste que inmiscuirte entre nosotros? Éramos felices. Estábamos construyendo una vida llena de sentido. ¿Cómo pudo reparar en ti?
- Bueno, no todo el mundo está hecho para la felicidad, algunos prefieren sentirse mal por cualquier razón, por eso estaba bien a mi lado, mi presencia hacía más fácil su carácter.
- Tenía tanto por hacer, tantos sueños por cumplir… - la cálida mujer posa enérgicamente su mano en el cristal en un intento de acercarse a Marcos y continua, medio ensimismada – por ejemplo, habría sido un gran poeta, antes de conocerte estaba entusiasmado con la idea y pasaba largas noches componiendo versos.
- No creo, reconozcamos que la perseverancia no era una de sus loables virtudes, y, bueno, tampoco considero que las letras fuesen su don, si es que tenía alguno. – La mujer desaliñada con voz apática añade - Además, el trabajo le tenía amargado y ausente. De una mente tan seca no puede nacer nada original o medianamente valioso.
- Ojala no te hubiese conocido, a mi lado volaba y en cada desafío veía oportunidades de mil colores.
- Y a mi lado aterrizaba y las pistas son grises y punto.
- Le mostré la libertad del águila, el vuelo del imperecedero, la fuerza del fénix.
- Pues ya ves, prefirió la jaula de un hámster… la libertad está sobrevalorada, es más cómodo estar encadenado al barrote de la rutina y culpar a los demás de tus errores. La libertad implica responsabilidad personal, un gran peso para algunos. Y por favor, del fénix, ni hables, que a la vista está que lo de renacer no es su fuerte.- Comenta insensible, mientras se muerde las uñas.
- ¿Mucha ansiedad?
- Lamentablemente forma parte de mi naturaleza.
La mujer amable y bondadosa mira al otro lado de la sala, nadie ha reparado en ellas. Observa unos instantes la tristeza de los presentes. A los padres sin hijo, a la hermana pequeña sin el hermano mayor, a los amigos vacíos de alegría.
- Mira lo que has hecho. ¿Estas satisfecha?
- No me culpes de esto, creía que duraría más, estaba convencida de que contaríamos muchos años juntos pero, no soy una compañía fácil y él era bastante débil.
- Que no eres una compañía fácil, eso seguro, pero que era débil… no estoy de acuerdo, mira como hablas de Marcos, ni siquiera te refieres a él por su nombre. Lo aplastaste psicológicamente, le hiciste creer que no era nada, llegaste a conseguir que viese en la Muerte, una amiga, una aliada, una salida a vuestra relación.
- Una salida así mismo, diría yo.- La mujer pálida sonríe fríamente - La muerte te alivia de la insoportable carga que arrastras durante años, te cura los dolores del cuerpo y las heridas del corazón. Él tenía un alma atormentada y quebrada.
- La dulce mujer frunce el ceño – Intentas confundirme, ahora incluso convencerme de que la muerte está por encima de la vida, es lo que haces con todo el que se cruza en tu camino, ¿verdad? Tejes telarañas y atrapas a tus victimas con malas artes para luego ir devorándolas poco a poco.
- No te enfades conmigo, cada uno es lo que es. Acepta que hay gente que no quiere la paz del sabio, la felicidad del humilde o el amor del que vive el profundo significado de esa palabra.
- Lo amaba con todo mi corazón - Lamenta la mujer agradable.
- Yo también, a mi manera, de la única que sé.
En ese momento, surge en la entrada de la sala del velatorio una mujer visiblemente rota, triste, totalmente abatida, la gente se acerca a ella, unos la abrazan, otros le dan el pésame, es Natalia, la esposa de Marcos. Sin saber bien donde coloca los pies al andar se encamina hacia el fondo de la sala.
- Es hora de irnos. Su esposa acaba de llegar y en breve realizará un discurso sobre el muerto.- Afirma con desidia la mujer glacial.
- ¡Sobre Marcos! Sí, vayámonos, es en lo único que coincido contigo. Ojalá no te viese nunca más. – Suspira la mujer entrañable.
- Tal y como están las cosas ahí fuera, lo dudo mucho. – Indiferente, mira de reojo a la esposa - quizá me veas incluso antes de lo que crees. Hasta la próxima, Esperanza.
- Desearía que no. Adiós, Depresión.
Depresión desaparece en el aire. Esperanza va a hacer lo mismo cuando Natalia con la mano apoyada en su barriga la atraviesa suavemente, apoya la otra mano en el cristal y susurra, afligida pero con un matiz de ilusión “Marcos… sigues vivo en mí”. Esperanza sonríe levemente mientras se desvanece.
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