Vida,
Te escribo esta carta para expresarte mejor lo que siento sobre tus palabras de hace un par de días. En el momento no hablé y desde entonces llevo dándole vueltas aunque no me haya pronunciado al respecto.
¡Ay, el amor! Es algo tan puro y poderoso y, sin embargo, tan fácil de enfermar, ¿cuántos “virus” le afectan? Celos, posesión, apego, dependencia, heridas pasadas que vuelven a colarse en el sótano… Devolverlo a su estado original y preservar su belleza requiere de unos ingredientes sencillos pero al parecer costosos de mantener: aceptar al otro tal y como es, poner atención en los detalles, estar en el presente, ser consciente a cada paso de uno mismo y sobre todo del otro, porque no debemos olvidar que uno y uno han de sumar siempre tres ( tú, yo y lo nuestro), y si suman uno (yo) mal vamos porque ahí volvemos a enfermarlo, en este caso de egoísmo. No obstante, qué poco nos esforzamos en hacer crecer algo que forma parte de nuestra naturaleza, cuantas veces decimos que el amor es efímero, doloroso o aún más, un desperdicio, en lugar de reconocer que el problema está en nosotros que somos volubles y débiles en nuestras principios y valores. El enemigo nunca es el amor, somos nosotros mismos, que no sabemos recibir y mucho menos dar.
Cuando llegué a ti había olvidado qué era Amar, tristemente había probado el veneno del que dice querer y no sabe hacerlo. Hay personas que prometen amor pero solo te rompen y devoran tu magia y tu luz, seres que se hacen fuertes con cada cadáver que dejan tras de sí. Me entregué a tu sonrisa como una guerrera abatida en batalla, cubierta de golpes y con la mente llena de monstruos. Observa que no te digo como “una muerta”, pues ya nada podría sentir, te digo como “una guerrera”, porque mi corazón no se había rendido y seguía creyendo en la victoria.
Estaba asustada, pero viniste con ganas de romperme el miedo y, ¡lo hiciste mil pedazos! Hay personas que no prometen nada pero lo entregan todo. En cada abrazo tuyo nacen planetas, en cada beso, surgen amaneceres perfectos. Dicen que la relación de hoy es una oportunidad para curarte de los huracanes que te arrasaron ayer, y debe ser cierto porque en ti encontré un acogedor hogar donde vencer ogros, lamer penas y tras la contienda que supone enfrentarse al pasado, acurrucarme apacible en tu regazo. Cambiaste mis creencias y me devolviste la ilusión. Saciaré tu curiosidad confesando que, antes de conocerte la idea que tenía del amor era la de una escalera de cristal, cuya fragilidad aumentaba según iba subiendo los peldaños, desnuda, ¡por supuesto!, el amor te pide quedar expuesto. Arriba descansaba “el premio”, el amor autentico. El problema principal es que en mi visión el peso del cuerpo fracturaba el cristal y terminaba en el suelo con los pies y la piel ensangrentados. Es llamativo que, cuanto más conseguía subir, más amarga era la caída. Nunca imaginé que en esa aventura podía ir acompañada. Me diste la mano y emprendimos el ascenso, juntos. A cada escalón que hemos subido la escalera se ha ido fortaleciendo, el cristal poco a poco se ha convertido en diamante. “Juntos” suma más que “yo”.
Tú me has enseñado un amor insólito y sano, un universo en continuo movimiento, colmado de vida, ternura y armonía. Lo nuestro no es una pasión desenfrenada, no es impulsivo y descontrolado. Yo diría (y creo que coincidirás conmigo) que lo nuestro es un amor salvaje porque nada nos ha conseguido domesticar, somos libres, juntos elegimos nuestro camino aunque nadie lo entienda.
En este carnaval de máscaras que es el mundo de hoy, tú y yo nos disfrutamos vulnerables, con incertidumbre y confianza. Estoy aquí para ti, como tú lo estás para mí. Mi compromiso contigo incluye: cuidar tus sueños, calmar tus inquietudes, escuchar y comprender tu dolor, acariciar tu corazón, ofrecerte una mano para levantarte del suelo en el que caíste o rendiste, devolverte la ilusión que otros te hicieron perder, llenar tus días de risas y darte alas pues en mí no hallarás jamás una cárcel sino la libertad de los pájaros.
El otro día me revelaste que tenías miedo de herirme, que siempre estropeabas las cosas, que corrías cuando tus sentimientos eran fuertes. Agradezco, siempre lo hago, tu sinceridad y sobre todo la fuerza que encontraste para hablarme de tus demonios. ¿Qué contestarte a eso? He necesitado tiempo y reflexión para encontrar las palabras. Los miedos pueden permanecer famélicos, diminutos, consumidos y agonizantes en nuestros rincones oscuros o pueden estirarse hasta ocupar cada resquicio de nuestra alma, depende de la validez y realidad que queramos darles. Así que, ten todos los miedos del mundo pero también ten el valor necesario para enfrentarlos y superarlos. Donde veas abismos trataré siempre de mostrarte horizontes. Ten coraje, despierta de tus pesadillas y salta conmigo al vacío. Te juro que caeremos sobre la luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario