Llevaba tres meses escribiendo en Berlín. Mi novela sólo podía ser escrita ahí. Ahí es donde sucedió. Su nombre “Amarillo y Azul marino”, representaba el principio y el fin. Amarillo, la vida despierta con la aparición del sol. Azul marino, la vida descansa cuando el cielo oscurece. Todo empieza en el amarillo y termina en el azul marino. Así lo veo. Lamentablemente mi libro versaba más sobre el segundo color, es lo que tiene escribir sobre ese amor/desamor que te marca el resto de la existencia. Había pasado medio año desde que decidiera coser mi maltrecho corazón, y reconozco que la costura no es una de mis virtudes. Abrir de nuevo el órgano y convertir las heridas en palabras era un trabajo que se me hacía complicado, en ocasiones imposible. El haberme instalado en la ciudad alemana no me ayudaba en absoluto, pues aunque podía escribir sobre el ambiente y describir perfectamente cada edificio del que tenía un recuerdo; en los habitantes berlineses así como en sus gestos e idioma descubría la sombra de Aquel que desechó mi compañía. El me dejó, me dejó porque, palabras textuales, me amaba demasiado. Sin embargo, encontró una nueva novia al cabo de dos semanas escasas. Un mes más tarde rompió todo contacto conmigo porque, según El, le hacía daño saber de mí. Su voz se apagó pero en mí siguió vigente su imagen, una imagen muda pero con una hermosa sonrisa. No sé por qué lo recordaba sonriendo, quizás porque cuando estábamos juntos siempre reía; quizás era yo la que reía henchida de felicidad y mi inconsciente decidió que con semejante emoción era improbable que la Persona de al lado mostrase otro tipo de emoción. Soy una chica tonta, siempre busco satisfacer mis deseos y mis sueños sin tener en cuenta la importancia de la dignidad, esta es la razón principal por la que no lo odiaba, lo extrañaba. Lo veía en otras personas, lo veía, no os riáis de mí, en los graffitis de la calle, en las bicicletas y en las ensaladas de jamón y pepino… Por eso, solía escribir en una cafetería francesa que hay en Kurfürstenstrasse, aunque yo viviese por Hermannplatz. Necesitaba desconectar, alejarme de El, pero aún no sabía estar sin El. De hecho, muchas veces me bajaba del metro un par de paradas más lejos, en su barrio.
Hace poco como otras tantas veces me bajé en Karl-Marx-Strasse. Quise gritar, deseaba superar el dolor. Al empezar a caminar choqué con un chico alto. Tardé en subir la cabeza unos segundos, mi recorrido con la mirada, no obstante, se asemejó a una escena a cámara lenta: primero las manos, luego los brazos, el tórax, los hombros, el cuello y finalmente, ya sabía quien era, su cara. En ese preciso instante la tranquilidad berlinesa se me antojo un silencio inabarcable. Y por primera vez desde que llegué a Alemania deseé escuchar el bullicio habitual de las calles de Madrid. Antes de chocar con El, me había jurado y perjurado que conseguiría que su recuerdo se evaporara. Ante El, el hilo con el que había cosido las heridas del corazón se deshizo y la sangre empezó a brotar. Reabiertas las costuras mi impulsividad y mi personalidad poco digna, hablaron: -¡Dame otra oportunidad!- Se encontraba a una distancia prudencial que ante esas palabras redujo drásticamente. Contaba con la suerte de que sabía hablar español a la perfección por lo que no tenía que recurrir a mi magnifico inglés o a mi inexistente alemán. Sin embargo, al hablar, descubrí que no había mucha diferencia, si los nervios te la quieren jugar, te la juegan.
-Hagamos una especie de… apuesta….Si, si…- Balbuceé. “¿qué abunda en Berlín?”Pensé.
-Si la próxima “bici” que pase es…Amarilla…“Porque todo empieza en el amarillo”…. Quedarás conmigo para tomar un café y conversar. Si es de cualquier otro color… Te borraré, te prometo que lo haré, definitivamente.-
El me sonrió –Tan loca como siempre-Miró hacia el carril bici-Vale, veamos.-
Apenas pasó un minuto y medio. “Nuestros recuerdos” recobraron la actualidad. Durante un segundo me pregunté si valía la pena ganar la apuesta, los otros ochenta y nueve segundos deseé ganarla. Al fin apareció un hombre de mediana edad pedaleando sobre una bicicleta de color… Azul marino. “Todo termina en el azul marino”. Acto seguido acompañando al hombre pasó un crío con una bicicleta amarilla. “¡Maldita sea! si el niño hubiese sido más rápido, si hubiese optado por el otro color, si…” Siempre “si” condicional e inútil…
-Qué mala suerte tienes- Me dijo de pronto. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no tuve tiempo de ver su reacción ante el resultado. ¿Le había disgustado o alegrado? – Creo que hablas muy rápido, tanto que a veces das dolor de cabeza, si hubieses ido a un ritmo normal habrías ganado… Te la doy por válida.-
-¿Qué?- Pregunté asombrada.
-Que te la doy por válida. Si quieres podemos quedar mañana para ese café.-
-¿De verdad?... “¿Tan fácil?”… Mi corazón, estúpido como yo, empezó a sanar sin necesidad de aguja e hilo.
-Ahora me voy, te llamo esta noche para decidir la hora. ¿Tienes el mismo número?-
-Sí- Afirmé contenta
-Perfecto, pues hablamos y me cuentas que haces por Berlín. Y bueno, ahora que no tengo pareja también podemos pasar un buen rato juntos.- Me guiñó un ojo y se fue. Yo no dejé de sonreír, pero para ese momento mi sonrisa era una sonrisa rota.
Ya. Hasta ahí llegó el corazón. Sólo es una maquina, de tanto golpearla se estropeó y dejó de funcionar. Al llegar a casa me arrancaría el órgano muerto y desde ese día caminaría con un hueco en el pecho.
Cuando me llamó no descolgué el teléfono.
Unos días más tarde estaba construyendo una historia que nada tuviese que ver con El en un café francés, esta vez, eso sí, en pleno centro de París. Escapé. Sí, escapé, huí, llamadlo como queráis. ¿Por qué le amaba demasiado? No, simplemente porque ya no tenía corazón con el que amarle.
Hace poco como otras tantas veces me bajé en Karl-Marx-Strasse. Quise gritar, deseaba superar el dolor. Al empezar a caminar choqué con un chico alto. Tardé en subir la cabeza unos segundos, mi recorrido con la mirada, no obstante, se asemejó a una escena a cámara lenta: primero las manos, luego los brazos, el tórax, los hombros, el cuello y finalmente, ya sabía quien era, su cara. En ese preciso instante la tranquilidad berlinesa se me antojo un silencio inabarcable. Y por primera vez desde que llegué a Alemania deseé escuchar el bullicio habitual de las calles de Madrid. Antes de chocar con El, me había jurado y perjurado que conseguiría que su recuerdo se evaporara. Ante El, el hilo con el que había cosido las heridas del corazón se deshizo y la sangre empezó a brotar. Reabiertas las costuras mi impulsividad y mi personalidad poco digna, hablaron: -¡Dame otra oportunidad!- Se encontraba a una distancia prudencial que ante esas palabras redujo drásticamente. Contaba con la suerte de que sabía hablar español a la perfección por lo que no tenía que recurrir a mi magnifico inglés o a mi inexistente alemán. Sin embargo, al hablar, descubrí que no había mucha diferencia, si los nervios te la quieren jugar, te la juegan.
-Hagamos una especie de… apuesta….Si, si…- Balbuceé. “¿qué abunda en Berlín?”Pensé.
-Si la próxima “bici” que pase es…Amarilla…“Porque todo empieza en el amarillo”…. Quedarás conmigo para tomar un café y conversar. Si es de cualquier otro color… Te borraré, te prometo que lo haré, definitivamente.-
El me sonrió –Tan loca como siempre-Miró hacia el carril bici-Vale, veamos.-
Apenas pasó un minuto y medio. “Nuestros recuerdos” recobraron la actualidad. Durante un segundo me pregunté si valía la pena ganar la apuesta, los otros ochenta y nueve segundos deseé ganarla. Al fin apareció un hombre de mediana edad pedaleando sobre una bicicleta de color… Azul marino. “Todo termina en el azul marino”. Acto seguido acompañando al hombre pasó un crío con una bicicleta amarilla. “¡Maldita sea! si el niño hubiese sido más rápido, si hubiese optado por el otro color, si…” Siempre “si” condicional e inútil…
-Qué mala suerte tienes- Me dijo de pronto. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no tuve tiempo de ver su reacción ante el resultado. ¿Le había disgustado o alegrado? – Creo que hablas muy rápido, tanto que a veces das dolor de cabeza, si hubieses ido a un ritmo normal habrías ganado… Te la doy por válida.-
-¿Qué?- Pregunté asombrada.
-Que te la doy por válida. Si quieres podemos quedar mañana para ese café.-
-¿De verdad?... “¿Tan fácil?”… Mi corazón, estúpido como yo, empezó a sanar sin necesidad de aguja e hilo.
-Ahora me voy, te llamo esta noche para decidir la hora. ¿Tienes el mismo número?-
-Sí- Afirmé contenta
-Perfecto, pues hablamos y me cuentas que haces por Berlín. Y bueno, ahora que no tengo pareja también podemos pasar un buen rato juntos.- Me guiñó un ojo y se fue. Yo no dejé de sonreír, pero para ese momento mi sonrisa era una sonrisa rota.
Ya. Hasta ahí llegó el corazón. Sólo es una maquina, de tanto golpearla se estropeó y dejó de funcionar. Al llegar a casa me arrancaría el órgano muerto y desde ese día caminaría con un hueco en el pecho.
Cuando me llamó no descolgué el teléfono.
Unos días más tarde estaba construyendo una historia que nada tuviese que ver con El en un café francés, esta vez, eso sí, en pleno centro de París. Escapé. Sí, escapé, huí, llamadlo como queráis. ¿Por qué le amaba demasiado? No, simplemente porque ya no tenía corazón con el que amarle.
Me alegra leer tus relatos por aquí. ¡Qué chulo queda! Si no fuera por mi falta de tiempo, te copieteaba el blog :-) Sólo una pega para este relato...¡que es muy triste!
ResponderEliminarSilvita.
Creo q este es el q mas me ha gustado de todos.. pero coincido con silvita q termina un poco triste.. pero bueno, se lo merecía por ir tan a saco diciendo lo de quedar para pasar un buen rato por no tener pareja! jajaj
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